jueves, 29 de junio de 2017

Yapa parisina: Sainte Chapelle

La Sainte Chapelle, Santa Capilla o Capilla real de la Isla de la Cité fue construida entre 1241 y 1248 como una especie de relicario. ¿Toda la capilla era un relicario? Sí ¿y por qué construyeron una capilla entera y no un altarcito? Porque la importancia de las reliquias que había traído el Rey San Luis desde Constantinopla así lo ameritaban. ¿Y qué había traído el señor? No se rían. San Luis había adquirido la corona de espinas, una parte de la cruz, la esponja que se usó para limpiarlo, el hierro de la lanza y otras reliquias del martirio de Jesús. El hierro de la lanza, ponele, ¿pero la corona de espinas? ¿después de mil doscientos años? (Seguramente alguien se hizo un negoción, porque según se cuenta, las reliquias salieron mucho más caras que la construcción de la capilla)
En fin... Con semejantes reliquias (al menos en los papeles) a los ojos del rey francés no alcanzaba con un altarcito, así que mandó a construir una capilla en el que era, por aquel entonces, el palacio real de París.

miércoles, 28 de junio de 2017

Foto de miércoles

Alerta turística. Usted está ingresando al barrio barroco de Dresden.

lunes, 26 de junio de 2017

El balcón del trompetista

Febrero de 2017. Más o menos, a las ocho de la mañana. Las veredas, los techos y los jardines están cubiertos por algo que ya no es nieve pero que aún no termina de ser hielo. Sólo las piedritas que tiran sobre esta trampa hace que no llegue a mi trabajo resbalando sobre el hielo y con el cuerpo adolorido por las caídas. Y sí, estoy yendo a trabajar a pie. La distancia que me separa es de media hora de caminata en invierno y de 45 minutos en verano si es que no quiero llegar sudado.

En el camino a este instituto hay un gran complejo de viviendas compuesto por dos edificios que tienen cada uno, fácilmente, ciento cincuenta o doscientos metros de largo. Diez pisos de alto. Sí, no es tan monstruoso. Pero Dresden es una ciudad en la que la mayoría de los edificios tienen cinco o seis pisos (máxima altura mentalmente posible para edificios pensados en una época sin ascensor, algo que en la época socialista era considerado como un lujo). Así las cosas, el bloque sobresale horriblemente. Por encontrarse en la calle Budapester, normalmente nos referimos a la construcción como los monobloques de la Budapester. Sí, no es muy creativo, lo reconozco, pero es efectivo.
Precisamente, a la altura de los monobloques de la Budapester escucho algo que parece ser una trompeta. Más avanzo en mi camino, más parece una trompeta. Dirijo mi vista a los balcones del monobloque y en un destello dorado distingo el brillo inconfundible de un instrumento de viento que -creo- es una trompeta.

El señor está, efectivamente, tocando en su balcón la trompeta, de cara a la claridad que comienza a ganar el cielo y que anuncia el inminente amanecer.

¿Qué hace alguien tocando la trompeta a las ocho de la mañana en una mañana de febrero con una temperatura por debajo de cero? Mientras me formulo semejante pregunta me acuerdo de una película que vimos hace relativamente poco. Trata de un director de orquesta ruso que debido a su oposición a las políticas antijudías y anti gitanas de Brezhnev –secretario general del Partido- se ve obligado a trabajar en la limpieza del teatro Bolshói. Hasta que, por una de esas casualidades, encuentra un día un fax en el que un teatro parisino invitaba al Bolshói a reemplazar a una orquesta que les había cancelado en último momento.

De más está decir que el director acepta y comienza la odisea que lo lleva a buscar a los músicos que, como él, fueron apartados de la orquesta en su día. En su gran mayoría se trata de gitanos y judíos rusos. Más allá de las idas y vueltas de la historia, muchos de esos músicos comparten su pasión por la música mientras viven y trabajan haciendo cualquier otra cosa. No sé si el trompetista de los monobloques de la Budapester es músico o si sólo toca como pasatiempo, pero su postura, de pie en el balcón, mirando al amanecer y tocando la trompeta me hace pensar en ellos.

Sigo caminando. No quiero llegar tarde. Atrás va quedando el sonido de la trompeta. Me pregunto si el resto de los vecinos del señor le estarán tan agradecidos como yo por acompañarme algunos metros y distraerme un poco del frío que desde hace días es parte de nuestra cotidianidad.

sábado, 24 de junio de 2017

Año nuevo danés: Malmö

Aquí no hay dragones, reyes míticos, misioneros martirizados ni historias épicas. En su origen se trató de un pueblo fundado por los daneses entre los siglos XII y XIII, cuando toda la región pertenecía al reino de Dinamarca.
Hacia finales del siglo XIII Malmö se unió a la liga Hanseástica y comenzó un cierto desarrollo comercial gracias a su ubicación estratégica. Está en el punto sur de Suecia, al otro lado del Canal de Oresund, el canal que separa Suecia de Dinamarca.
¡Un momento! ¿No era que formaba parte de Dinamarca? Sí. Formó parte de Dinamarca desde su fundación hasta bien entrado el siglo XVII, cuando los suecos ocuparon la región.
 La iglesia de San Pedro, la más antigua de Suecia y la península escandinava
Bien. Volvamos a Malmö. En 1319 se comenzó a construir la iglesia de San Pedro. Fue la primera iglesia gótica de ladrillos de la península escandinava y, por tanto, uno de los modelos que tomaron muchas de las iglesias posteriores.
Foto de rigor, la plaza principal del pueblo
En el siglo XV se construyó el castillo de Malmö y la ciudad recibió su escudo heráldico, que incluía por alguna razón misteriosa un hipogrifo, que pronto se transformó en el símbolo del pueblo.
El castillo de Malmö, que es era más bien una fortaleza. Hoy alberga un par de museos
A lo largo del siglo XVII Suecia y Dinamarca lucharon por el control de la región hasta que, tratado de Roskilde mediante, Dinamarca reconoció en los papeles que Suecia se había salido con la suya. Malmö pasó de manos por primera (pero no última) vez en su historia. De hecho los daneses volvieron a ocupar la ciudad al menos dos veces más. En ambas terminaron siendo expulsados por los suecos, aunque, claro, tanta ida y vuelta fue dejando su marca en el pueblo.
Durante la revolución industrial el pueblo salió de su largo letargo y -astillero y fábrica de cigarrillos mediante- se transformó en uno de los grandes centros industriales del país. Por buena parte del siglo XX la ciudad creció y se industrializó hasta que la crisis del petróleo de los años setenta la afectó. El astillero de la ciudad tuvo que ser rescatado por el estado y echar a buena parte de sus trabajadores. No fue la única industria que tuvo que ajustarse.
Así las cosas la ciudad tuvo que ingeniárselas para salir adelante. Apostó por convertirse en un centro de investigación y a juzgar por lo que se ve hoy en día, mal no le fue.
Hoy Malmö es un centro tecnológico, científico y cultural importante. Está unida a Copenhague por el puente de Orelsund, una obra de más de treinta kilómetros que une Suecia y Dinamarca y posee una gran colección de edificios modernosos y más o menos vanguardistas, entre los que destaca el Turning Torso, el edificio más alto de Escandinavia.
Arriba a la derecha, el Turning Torso. Abajo a la izquierda, un teléfono público-reliquia. No es como la cabina de Doctor Who pero tampoco está mal. A la derecha, un mural que da un poco de miedo
No muy lejos del Turning Torso hay un parque y más allá está la playa del lugar. Seún cuenta una inverosímil leyenda local, en verano se llena de gente que va a disfrutar del sol, la arena y el mar. No nos consta. Eso sí, viento y fresco -al menos a fin de año- hay para repartir.

jueves, 22 de junio de 2017

Polaco para principiantes

Muy frecuentemente tengo la loca idea de aprender algo del idioma de los lugares a los que vamos a viajar. Obviamente me refiero a aprender cosas ultra básicas. Saludar, agradecer. Después pienso un poco... quizás también nos vendría bien alguna que otra cosa más del estilo; cómo pedir una pizza en en húngaro, cómo comprar boletos de colectivo en polaco. Inmediatamente se disparan mil preguntas. O no mil pero sí bastantes. ¿Hablarán inglés los/as mozos/as? ¿servirá más el alemán? ¿habrá máquinas para comprar boletos o hay que pedírselos al chofer? Y así, ad infinitum.

Claro que, a la larga, siempre pasa lo mismo. Llega la fecha del viaje y el tiempo destinado al aprendizaje de los rudimentos lingüísticos es de cero horas con cero minutos. O sea, ni siquiera busqué como decir hola. 

Fue lo que ocurrió antes de la vuelta por Europa oriental. Mejor dicho, la que iba a ser nuestra gran vuelta pero que al final se convirtió en una vueltita. Pese a no haber dedicado ni cinco minutos a interiorizarme con el polaco, a nuestra llegada al hostel de Cracovia tuve -lo que en ese momento pensé- sería una excelente idea:

Hola, buen día, dice la recepcionista.
¡Buen día! -respondo y mientras le entrego a la recepcionista el papelucho con nuestra reserva agrego- Tenemos una reserva por dos noches...
Sí, perfecto. Por dos noches.
Exacto.
Muy bien. Aquí están sus llaves, la habitación es la número XX.
Perfecto, muchas gracias.
El desayuno se sirve en la cocina y blablabla… y también blablabla… ¿algo más en lo que los pueda ayudar?
 (sonrío) ¿cómo digo hola en polaco?
Cześć
¿tchiesta?
mmm… más como tschest. Cześć!
¿y gracias?
Dziękuję!
¿cómo?
Dziękuję
¿tchin-kuie?
Sí, sí…
Perfecto, muchas gracias. Sonrío y pongo a prueba mis recién adquiridos conocimientos: Dziękuję!

La recepcionista me sonríe y pone una cara que bien podría significar qué simpático o -igualmente posible- pobre flaco, no entiende nada. Acto seguido responde algo que asumo significará de nada (aunque bien podría haber dicho casi cualquier otra cosa) y me siento realizado.

Habiéndome provisto de mis nuevos amuletos lingüísticos, salimos del hostel con rumbo a la plaza del mercado. Para no olvidar las palabras que acabo de aprender las voy repitiendo por la calle mientras camino.

Tchin-kuie. Tschest. Tchin-kuie. Tschest.

Tengo que acordarme, me digo, mientras me repito una y otra vez las palabras, como si fueran una invocación mágica. En realidad, más que recitando un mantra, me siento como una especie de Pokemón condenado a comunicarme únicamente repitiendo lo mismo infinitas veces. Al poco tiempo dejo de repetir las palabras. No sólo el efecto Pokemón me incomoda. También me imagino a los/as polacos que caminan a nuestros alrededor oyéndome decir: ¡hola! ¡gracias! ¡hola !¡gracias! en un auténtico diálogo monólogo de locos.

Tras una pausa de cinco minutos lo miro a Diego y le pregunto:
¿Te acordás de cómo se decía gracias?
¿qué? ¿ya te olvidaste?
Emmmm… creo que sí. Pero una de las dos sonaba como t-siesta
Jajaja ¿siesta?
Bueno, o algo parecido.


Claro que no me acordé hasta bastante después. En ese momento tomé una decisión. Cuando llegáramos a Budapest, mejor no preguntar palabras que después no puedo recordar. 

miércoles, 21 de junio de 2017

Foto de miércoles

Leipzig. Miren al bebé del medio y díganme si no les da miedo. Para mí que es el baby Voldemort.

lunes, 19 de junio de 2017

Año nuevo danés: Elsinor y el castillo de Kronborg

Aunque (casi) nadie lo sepa, tanto la ciudad de Elsinor como el castillo de Kronborg deben ser dos de los lugares más representados en el teatro. ¿Que por qué? Elemental, mi querido Watson, porque conforman el escenario en el un tal William Shakespeare decidió ubicar la acción de Hamlet. Claro que no se sabe a ciencia cierta si Shakespeare estuvo aquí o no ni por qué eligió este castillo. Pero a esta altura a nadie parece preocuparle mucho el tema. Es el castillo de Hamlet y ya.
Por supuesto que la familia real danesa no lo construyó para que Shakespeare pudiera ambientar Hamlet. Ante todo el castillo tuvo dos finalidades, ser residencia una real y, sobre todo, tener presencia militar efectiva en el lugar.
Dinamarca exigía el pago de un peaje a quienes quisieran ingresar (o salir) del mar Báltico. Siendo que no había para la época muchas opciones, los barcos que iban (o venían) del mar del Norte al Báltico se enfrentaban a una clara disyuntiva. O pagaban o trataban de burlar los controles. Parece que como esta segunda opción fue bastante frecuente, el rey de Dinamarca decidió en 1420 construir este castillo desde el que se controla toda el área ya que se alcanza a ver la costa de Suecia (que para aquella época también era de Dinamarca) y los barcos quedan al alcance de unos cañoncitos que invitaban amablemente al pago del peaje o, en caso negativo, al ataque y previsible hundimiento, de las naves.
Cien años después Kronborg fue remodelado en el estilo renacentista del Báltico (acá hay nombre para todo) y ampliado hasta convertirse en la mayor fortaleza de la época. Lamentablemente, como todo parece ser relativamente cíclico, otros cien años después buena parte de la fortaleza ardió en un incendio.
Junto al castillo se encuentra el puerto, desde donde es posible cruzar en ferry a Suecia 
La fortaleza se reconstruyó rápidamente debido a su función militar pero los interiores del palacio quedaron para después. El para después significó que año tras año aparecía otra cosa en qué gastar el dinero. Para desgracia de Kronborg ya había otra residencia que se había convertido en la predilecta de la familia real danesa. Al fin y al cabo, los reyes no necesitaban vivir en cada una de las fortalezas del reino, menos en una que para el siglo XVIII se había convertido en la primera línea de defensa frente a Suecia, que acababa de conquistar Malmö y alrededores, echando a los daneses de la península escandinava.
Junto a Kronborg se encuentra el pueblo de Elsinor, que parece salido de una de esas latas de galletitas danesas que en la década de los noventa estaban en (casi) todos los supermercados argentinos. Hablando de galletitas danesas y de sus latas, en ningún supermercado danés pudimos dar con nada que se le pareciera. Un misterio más.

sábado, 17 de junio de 2017

Año nuevo danés: Frederiksborg

Hoy es el museo danés de historia nacional pero por varios cientos de año fue el mayor palacio de Escandinavia y uno de los principales símbolos de la monarquía absoluta danesa en la época en la que Dinamarca incluía Noruega, Islandia, Groenlandia y hasta algún que otro puerto en la India. Sí, en la India.
A comienzos del siglo XV ya había un pequeño palacio aquí mismo que pertenecía a un señor feudal menor que, como tal, tuvo que aceptar cambiárselo al rey de Dinamarca por otra propiedad. Para algo sé es rey. Federico II de Dinamarca y Noruega quería que el antiguo propietario supervisara en persona la ampliación del castillo antes de entregárselo. Era un negocio redondo. Le cambiaba el castillo por otro y encima lo hacía supervisar las obras que se le habían ocurrido.
Y a caprichoso, caprichoso y medio. Christian, el hijo de Federico y que había nacido en Frederiksborg amaba tanto el castillo que no sólo decidió que fuera su principal residencia sino que también, en un gesto de afecto desmedido por el lugar, lo destruyó e hizo traer arquitectos desde Holanda para que le construyeran un palacio más grande y más lujoso. Sí, ahí mismo. En 1620 el (nuevo) palacio fue inaugurado con toda la pompa (y circunstancia) que ameritaba el suceso.
Por desgracia para Christian, los suecos ocuparon el palacio casi cuarenta años más tarde. Después de recuperarlo, volvió a habitarlo pero sus descendientes no lo usaron sino esporádicamente o para eventos especiales. Hablando de eventos, hasta 1840 fue el lugar en el que se coronó a reyes y reinas de Dinamarca.
La capilla real, lugar de coronación (hasta 1859) de reyes y reinas de Dinamarca
¿Por qué no se siguió usando? Porque en 1859 un incendio provocó la destrucción de una parte del palacio, que quedó semi abandonado hasta 1864, cuando fue reconstruido y transformado en Museo Nacional danés.