jueves, 29 de septiembre de 2016

Gante. Segunda Parte

Por cuestiones de uniones matrimoniales, guerras y herencia dinástica, el condado de Flandes -donde se encuentra no sólo Gante sino también Brujas- cayó en manos de los duques de Borgoña. Desde el siglo XIV los duques estaban en guerra contra los reyes de Francia y, para variar, necesitaban alguna fuente de financiamiento para sus aventuras militares. Como buenos nobles hicieron lo que cualquier gobernante sin imaginación hace en estos casos, aumentar los impuestos. Gante se rebeló. Y, por desgracia, la revuelta fracasó cuando las tropas de la ciudad fueron derrotadas por el duque Felipe el bueno, que por lo visto, de bueno sólo tenía el apodo.
Más tarde, cuando María de Borgoña, última duquesa de Borgoña se caso con Maximiliano de Habsburgo, bueno, ya imaginarán. El desembarco en los Habsburgo en la región no fue del todo apreciado en Flandes que, con Gante y Brujas a la cabeza, volvieron a rebelarse. Para variar, con la misma falta de éxito que en su intento anterior.
Aunque parezcan dos edificios totalmente diferentes, son dos fachadas de la municipalidad
Otra que hizo su desembarco en la región fue Juana de Castilla, que llegó para casarse con Felipe el hermoso, hijo de Maximiliano de Habsburgo y María de Borgoña y, por tanto, Duque heredero de Borgoña y amo y señor de los Países Bajos. Juana, quien pasaría a la historia como la loca producto de los celos que le generaban las infidelidades de su marido, antes de eso dio a luz a su primer hijo en Gante, Carlos. Perdón, en esta entrada parece que voy a estar más maestro ciruela que nunca… Carlos luego sería Carlos I de España y Carlos V, emperador del Saco Imperio. El primer monarca europeo que dijo –no sin razón- que en sus dominios jamás se ponía el sol.
Que el emperador hubiera nacido en Gante no le reportó mayor ventaja a la ciudad. Es cierto que muchos de los consejeros de Carlos habían nacido aquí. Pero más allá del enriquecimiento personal de sus allegados en España o Austria, nada positivo ocurrió para la ciudad.
Por el contrario, Gante se vio involucrada en nuevas revueltas y a lo largo de la guerra de sucesión austríaca fue pasando de mano en mano, de España a Austria, de Austria a Francia y vuelta a los Habsburgo.
Como en tantos otros lugares que hemos visitado las cosas cambiaron con irrupción de la revolución francesa y, fundamentalmente, la llegada de Napoleón. Flandes y Brabante pasaron a formar parte del Imperio francés, Gante, Brujas y Bruselas incluidas. Ya parece un calco de otras situaciones. Llegan los Habsburgo, cuando aparece en escena Napoleón las cosas cambian de dueño, con la derrota de Napoleón pasan a manos de los Habsburgo o de algún invento ad hoc del Congreso de Viena. Efectivamente esta no es la excepción. En el congreso de Viena, sin ningún representante de Flandes presente, se decide que los condados de Flandes, Walonia y Brabante pasen a engrosar las posesiones del recién creado Reino de los Países Bajos. Y así fue que lo que ahora es Bélgica terminó en Holanda.
No por mucho, porque en 1830, en plena oleada de revoluciones liberales en Europa, Flandes, Walonia y Brabante se rebelaron. Francia intervino apoyándolos y antes de que alguien pudiera decir esta ciudad es mía, Inglaterra decidió intervenir y crear Bélgica. Como corresponde a la diplomacia británica, cuando no está claro de quien es algo, mejor inventar un estado y listo. Al menos así los condados rebeldes no irían a parar a Francia.
Para entonces Gante estaba sacudiéndose la modorra y experimentando desde  comienzos del siglo XIX una nueva fase de industrialización. Fábricas, puentes, canales y vías de ferrocarril. Y hasta la creación del primer sindicato belga.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Foto de Miércoles

Estación de trenes de Gante. Un mar de bicicletas.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Gante. Primera Parte

Cuando sacamos los pasajes nos pareció que una semana en Bélgica y Holanda era una buena cantidad de tiempo. Al menos a mí me pareció que si bien hubiese sido lindo tener unos días más, con una mano en el corazón, tampoco estaba estaba mal. Ámsterdam y Brujas eran las visitas obligadas, Bruselas opcional y el resto habría que verlo. A los tres veinte minutos de haber empezado a ver qué íbamos a hacer por allí, nuestra semanita empezó a parecer un tiempo bastante miserable amarrete y luego de un día ya había que empezar a deshacerse de destinos y posibilidades. Claro que no siempre es fácil. ¿De qué nos deshacemos? ¿De Amberes? ¿de Gante? ¿Gouda?

Luego de mucho googlear, mirar, revisar, recalcular (y unos cuántos verbos más) quedó claro que Gante (o Ghent, para los locales) se quedaba en la lista. Y menos mal. Sólo hubo un detalle del que nos enteramos cuando llegamos a nuestro hostel. ¿Vienen por el festival? ¿Mmmm? El festival que tiene lugar esta semana. Ehhhh, no... Bueno, no se lo pueden perder. Hay bandas, desfile, música, puestos de comida, de todo. Digamos que puede pasar y que ya sabíamos que algún evento iba a haber pero no nos imaginamos la magnitud. Por suerte, nos las arreglamos para que buena parte de las fotos esquivaran las masas de belgas -y afines- que le daban sin descanso a la cerveza, el waffle y la papa frita. 

Pero bueno, basta ya de preámbulo y arranquemos con Gante, que para eso está esta entrada... Allá lejos y hace tiempo en el año 650, San Amando de Maastricht (¿alguien lo conoce de algún lado?), fundó dos abadías en una aldea perdida en Flandes, las abadías de San Pedro y de San Bavón. En los alrededores de las abadías pronto empezaron a establecerse casas y comercios y  el pueblo empezó a tomar forma.
En los años 851 y 879 la ciudad fue atacada por vikingos, ¡sí, vikingos! y más tarde cayó en la órbita de los Condes de Flandes. ¿De dónde? De Flandes, la región belga de habla flamenca. Los condes hicieron lo suyo, empezando por lo que más gusta a los nobles, construir un castillo. Afortunadamente para Gante (y nosotros) se trata de uno de los castillos medievales ubicados en el centro de una ciudad mejor conservados.
Sin embargo a partir del siglo XI la cosa se puso más interesante. Gante se convirtió en una especie de ciudad-estado y para el siglo XIII era la segundad ciudad más grande al norte de los Alpes, después de París. No sé que tienen los europeos con esto de “al norte” o “al sur “de los Alpes pero es una referencia que aparece una y otra vez.
Por sorprendente que sea, Gante era más grande que Londres, Moscú, Colonia o cualquiera de las ciudades alemanas de la época. De esta época datan la torre del campanario, la catedral de San Bavón y la iglesia de San Nicolás. Hoy sus torres todavía forman el paisaje característico de la parte de la ciudad.
La catedral de Gante. El árbol esconde los andamios que cubrían la mitad de la torre.
La iglesia de San Matías 
Los alrededores pantanosos de la ciudad pronto se poblaron de ovejas y los habitantes de Gante se dedicaron a la producción de lana al punto de que sus tejidos ganaron renombre en Flandes y toda Europa.
De izquierda a derecha, las torres de San Matías, el Belfort (o campanario) y la catedral 
Pronto la lana producida en la región dejó de ser suficiente para la demanda de los hilanderos y tejedores (¡y tejedoras!) del lugar. El comercio se intensificó y comenzó a llegar materia prima desde Inglaterra y Escocia. Me siento como si estuviera, una vez más, en la cátedra de Historia Contemporánea de la facultad. (¿Pero dónde está Dolores?) Volviendo al tema, por esa época, en Inglaterra tenía lugar el proceso de cercamientos, a través del cual los nobles se iban apropiando de las tierras comunales, aquellas en la que Robin Hood se había escondido, para enriquecerse vendiendo lana. La ganadería de exportación reemplazaba a la agricultura de subsistencia y se comenzaban a amasar las primeras fortunas producto de exportarle lana a Flandes.
Los canales, una parte importante del comercio en la ciudad.
Abundan aunque no tanto como las bicicletas
Dejando la clase de historia inglesa un poco de lado, en Gante esto impulsó un temprano y reducido proceso de industrialización que, por lo acotado que fue no llegó a tener la influencia que más tarde tendría en Inglaterra. 

sábado, 24 de septiembre de 2016

Países Bajos, allá vamos

Vuelo sin escalas. Dresden – Amsterdam. Al fin… un destino al que podemos llegar en avión, barato, fácil, rápido y cómodo. Una hora cuarenta y cinco de vuelo y ya, nos encontraremos de buenas a primeras en la tierra de las bicicletas, los canales, los molinos y los tulipanes. Claro que ninguna de estas cosas las inventaron aquí, pero bueno, esa es otra historia.
Además de Amsterdam, nuestra hoja de ruta nos lleva a Gante, Brujas y Bruselas, al otro lado de la frontera pero muy cerquita de la Venecia del Norte, como se conoce –entre otros apelativos- a la capital holandesa. Claro que si de Venecias se trata, en el norte Amsterdam no es la única. Por lo menos hay otras tres ciudades que reciben el mismo apelativo. Hamburgo en Alemania, Estocolmo en Suecia y Brujas en Bélgica. Y hasta San Petersburgo y Copehague también han sido así llamadas alguna vez. Muchachos (y muchachas) ya es hora de buscar otra referencia, porque esta resulta un poco quemada.
Canales y más canales. En esta ocasión, los de Gante. 
Como nota al pie, Ámsterdam tiene más canales y puentes que Venecia. Pero Venecia es Venecia y no creo que jamás llegue a ser la Amsterdam del Mediterráneo.
Si los molinos de viento, los zuecos, los tulipanes, las bicicletas y los edificios de ladrillo rojo son uno de los principales sellos de Holanda, el país vecino no se queda atrás. Ambos países están unidos cultural y lingüísticamente por siglos de tradiciones y unas gárgaras que hasta a los almanes les resultan en exceso guturales. ¿De qué hablo? ¿En Bélgica no se habla francés? Sí, se habla francés. Pero sólo en el sudoeste y en Bruselas. En Flandes, la parte noreste del país se habla flamenco. A no confundirse con los pajarracos rosados ni con el baile del sur de España. El flamenco es un idioma germanoide muy vinculado al neerlandés (el nombre oficial de lo que nosotros llamaríamos holandés) al punto que los hablantes de uno y tro idioma pueden comprenderse sin problema.

Gante, Brujas, Amberes y las grandes ciudades de Bélgica se encuentran en esta región. Bruselas también, pero tiene un estatus bilingüe producto de ser la capital y de que, por siglos, el francés fue considerado como la lengua culta e idioma administrativo, relegando al gutural flamenco a un segundo plano.
¿Amsterdam? ¿Brujas? Nop, otra vez Gante
Pero Bélgica no es sólo una tierra de gárgaras. No, no. También es el país de la papa frita (al menos eso es lo que dicen ellos), los waffles y una larga tradición chocolatera, cervecera y de cómics. Al menos los de otras épocas. Entre las glorias del cómic belga se encuentra Tintín, Lucky Luke y los Pitufos. Por esta razón Bruselas alberga el Museo del Cómic y posee una ruta de murales que le recuerdan a locales y turistas que aquí se toma en serio a los dibujitos.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Del Blog a la realidad, ida y vuelta

Este fin de semana tuve mi cuarta visita guiada en la ciudad. No, no estoy recorriendo Dresden. O sí, pero no como turista sino como guía. Señoras y señores, así como lo leen, empecé a hacer visitas guiadas por el casco histórico de la ciudad.

Como tantas otras cosas, la oportunidad se dio del modo menos convencional posible. Hablando un día con Ricarda, una profesora de español con la que trabajo, le comenté que para escribía un blog, destinado a familia y amigos, que escribía un poco sobre nuestras vidas, sobre la ciudad, los lugares que visitábamos y la mar en coche. Claro que para hacerlo había tenido que leer un poco sobre la historia de Dresden, de Sajonia y de Alemania en general. Así que, a la larga, había logrado un conocimiento bastante decente sobre las idas y vueltas del pago. 

Bastó que dijera eso para que ella contara que alguna vez había trabajado como guía junto a otra colega de nuestro trabajo. Qué bueno. A mí me encantaría poder hacer algo así. Me parece super interesante y por demás divertido. Le conté de mi experiencia haciendo las visitas en Bariloche para los estudiantes y zás, de repente Ricarda se estaba ofreciendo para contactarme con su amiga. Obviamente a las dos milésimas de segundo yo ya estaba agradeciéndole y diciéndole que sí, que por favor, que sería buenísimo, que me encantaría.

Y funcionó. Así que me leí el libraco de Dresden que Ricarda me pasó, nuestro librito de historia del Zwinger, busqué más información en Internet y cuando estuve listo como para rendir un examen final me di por satisfecho y tuve mi primera visita.

Claro que, a diferencia de los finales de la universidad, no suele haber preguntas tramposas ni interlocutores especializados en el área. De hecho, a fin de cuentas, como turista ocasional, a nadie le interesa tanto el detalle. Especialmente cuando se viene de Berlín y se van a pasar tres o cuatro horas en la ciudad antes de seguir viaje en dirección a Praga o a Nurenberg... Así las cosas, los datos que más venden son las amantes de Augusto el fuerte, los sobornos que pagó para ser rey de Polonia, las presiones de los polacos para que dejara a sus amantes protestantes… y las reemplazara por amantes católicas.

El otro gran tema que genera interés es la vida en la época socialista, la DDR y la reconstrucción… que cómo se reconstruyó esto, que quién lo financió, que por qué no se reconstruyó inmediata la Frauenkirche, que a quién se le ocurrió poner ovejas a pastar en el centro de la ciudad.

Y así, de a poquito, el chiste del quiosquito de las visitas guiadas que alguien alguna sugirió en algún comentario terminó siendo un trabajo más real de lo que hubiera podido imaginar.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Foto de Miércoles

Cracovia. Patio de la universidad. ¿Quién dijo que el polaco es difícil? Si se entiende re fácil. 

Ah, me olvidaba... hoy empezó el otoño en el hemisferio norte. Por suerte, acá en el blog, aún quedan unas cuantas semanas de verano.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Ludwig II ¿Rey loco o excéntrico empedernido?

A lo largo de la historia hay reyes y reinas que son recordados por sus campañas, sus conquistas (o derrotas) o, eventualmente, sus excentricidades. Ciertamente Ludwig II de Baviera (Ludovico o Luis para los amigos) entra en este último grupo.

Nació en el palacio de Nymphenburg, en la que era en aquella época la principal residencia veraniega de la familia real bávara. Sin embargo pasó buena parte de su infancia en el castillo de Hohenschwangau, cerca del pueblo de Füssen.
A la edad de dieciocho años fue coronado Rey de Baviera. Como suele ocurrir en este tipo de familia, la relación con sus padres era una constante pasada de facturas y reclamos, por así decirlo, un poco tirante. Cuenta la leyenda que a la hora hablar de su madre decía “la consorte de mi predecesor”. Y no es precisamente que su predecesor no fuese su padre.

De pequeño se hizo muy amigo de su prima Elisabet, hija del duque de Baviera, que luego se convertiría en emperatriz del Imperio austríaco y pasaría a ser conocida como Sissi. Alguna vez circuló la leyenda de que ambos habrían tenido una relación un poco más cercana pero también se señaló que lo mismo podría aplicar para con su “ayuda de cámara”, el príncipe Paul von Thurn und Taxis.  Suena muy rimbombante y sin duda lo es. Los Thurn und Taxis fueron, en su época, una de las familias nobles más ricas de Europa.

De todos modos, ni un ni otra hipótesis pueden corroborarse hoy. O al menos nadie quiere hacerlo. Sissi y Ludwig son deidades del marketing turístico y el príncipe Paul… bueno, digamos que ya nadie se acuerda de él.

Sí se sabe que Ludwig estuvo comprometido con Sofía, hermana menor de la futura emperatriz austriaca y, por ende, también prima suya. Pero el matrimonio se atrasó numerosas veces y finalmente se canceló. Ludwig quedó soltero y si bien hubo rumores sobre su posible homosexualidad nunca nadie dijo mucho más sobre el tema. En general muchos de estas voces comenzaron a ser tapadas por otras, las que indicaban que el rey era un poco más excéntrico de lo habitual, por no decir que tenía una carencia crónica de agua en el tanque…

Entre sus excentricidades se encontraba su devoción -que compartía con Sofía y Paul- por las obras de Richard Wagner. A tal punto que llegó a identificarse con sus héroes y mandó a decorar habitaciones con diversos motivos de sus obras. También la admiración se tradujo en un apoyo económico constante y se cuenta que incluso, cuando la corte presionó a Ludwig a que echara a Wagner de Munich, éste amenazó en irse con él. ¿Qué problema tenía la nobleza bávara con Wagner? Parece que dos. O tres… más allá de que para muchos sus obras eran un auténtico plomo ligeramente aburridas, no aprobaban algunas de las opiniones políticas del músico, que lejos de ser la leyenda en la que se habría de convertir, era considerado como demasiado radical por buena parte de sus contemporáneos más acomodados. También parece que el tendal de deudas que dejaba a su paso no le ganaba muchos apoyos. Y bueno, después están los chismes y rumores. 

Sea como fuere, Ludwig siguió siendo rey pero cada vez más desilusionado con su función. Como romántico soñaba con un regreso a épocas más simples (y menos democráticas). Quería ser rey por derecho divino y ya. Y reinar. Reinar como se hacía antes. Menos papeleta y trámite y más acción. Claro que cuando tuvo acción muy bien no le fue. En la guerra austroprusiana estuvo del lado de Austria y perdió. Baviera no fue incorporada a la Confederación de Alemania del Norte pero ya no le quedaba mucho margen de acción. En 1871, cuando Prusia derrotó a Francia ya no pudo seguir mirando para el costado y Baviera se incorporó al Imperio Alemán. Es cierto que preservó cierto margen de acción, recibió una indemnización, se le permitió tener su pequeño ejército y Bismarck hasta aceptó que fuera él quien coronara al emperador. Pero más allá de todos los simbolismos su poder quedó notablemente reducido y acotado.

Hoy diríamos que atravesó por un período de depresión y seguramente le hubieran dado una licencia psiquiátrica. Pero en la época no se estilaba tal cosa. Así que el rey se recluyó y se dedicó a construir palacios aquí y allá. Herrenchiemsee, una especie de copia de Versalles, Linderhof, un pequeño y simpático palacio rodeado por un parque enorme y Neuschwanstein, sin duda el más famoso de todos.
Como nota al pie, Herrenchiemisee nunca fue terminado. Sólo el ala central fue construida y el resto de la obra se suspendió tras la muerte de Ludovico.

No podía decirse que los necesitara precisamente ya que si algo no le faltaba a su familia eran residencias urbanas y rurales. Pero el siguió adelante. Los bávaros de cien años después seguramente le estuvieron muy agradecidos por dotar al estado de una larga serie de hitos turísticos y museos. Pero seguramente sus contemporáneos deben haber apreciado un poco menos su propensión a la fantasía.
Digo fantasía porque tanto en sus palacios como en otros proyectos hubo una cuota de excentricidad un poco exagerada elevada. Ambientes al mejor estilo románico o gótico, grutas y lagos subterráneos, escenografías de óperas, góndolas con forma de cisnes y constantes proyectos de nuevos y más grandes castillos en los que recluirse.
Así las cosas, para sus ministros y su tío no fue difícil urdir un pequeño golpe palaciego. Mientras Ludwig se aislaba más y más del mundo exterior en Neuschwanstein las intrigas se pusieron en marcha. Una comisión de notables lo declaró mentalmente insano para el ejercicio del poder.  Es curioso que de la comisión sólo uno de los médicos lo había visto una vez. El resto jamás lo entrevistó ni, mucho menos, lo sometió a ningún estudio. El diagnóstico final, paranoia. Con su historial de excentricidades no resultó difícil convencer a nadie del diagnóstico.

En 1886 Ludwig fue detenido en su castillo luego de resistir los dos primeros intentos. Ya que estaban, su hermano menor, Otto fue declarado mentalmente insano. Así las cosas su tío tomó las riendas del gobierno dando comienzo a su regencia. Linda familia. Padres que no te hablan, rey que cree vivir en el medioevo, hermano insano, prima emperatriz desdichada y depresiva obsesionada con su belleza y para rematar, tu tío que te derroca. Cartón lleno.

Luego de ser detenido Ludwig fue  llevado a otro palacio donde esa misma semana apareció ahogado en circunstancias demasiado sospechosas que aún hoy siguen sin querer ser aclaradas. No importa. En Baviera nada se pierde. Ludwig se vuelve un ícono de la industria del souvenir y sus palacios se transforman en una mina de oro.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Desde Munich a la Baviera profunda

Durante nuestra estadía en Munich nos quedamos en el Hostel de YMCA. Bueno, en alemán no es YMCA, es CVJM. A pesar de que asociamos las siglas mentalmente con los Village People y la música Disco, si hay algo que el hostel no es, es precisamente eso. YMCA significa Young Men Catholic Association, y el albergue se reconoce como un hostal cristiano. ¿Qué significa eso? Entre otras cosas, que ahí no se jode. La puerta se abre a las siete de la mañana y se cierra a las 00.30. Si querés volver después de esa hora tenés que avisar y pagar extra para que te den una llave.

Hasta aquí nada muy complejo. La información la teníamos antes de reservar y si seguimos con el plan de hospedarnos allí era porque está muy bien ubicado y es, por lejos, uno de los más baratos. Además, si hay algo que no hacemos cuando andamos pateando horas y horas por una ciudad es acostarnos tarde. Así que, todo bien.

Bueno, todo no. Nuestro último sábado en la ciudad teníamos planeado ir a Füssen y a Neuschwanstein. ¿A dónde? A Füssen, un pueblito de la Baviera profunda casi en la frontera con Austria y a Neuschwanstein, el palacio en el que pensamos cuando imaginamos un castillo en la montaña. 

La cuestión es que habíamos reservado las entradas con tiempo para evitarnos la amansadera infernal el incordio de la cola. Pero las primeras entradas que nos asignaron eran a las nueve y cuarto de la mañana. No estaba tan mal salvo por un detalle. De Munich a Füssen hay que viajar dos horas en tren. Tren y colectivo, para ser exacto, porque una parte de la vía está en mantenimiento por lo que el último tramo se hace en bondi. Llegás a Füssen y te tenés que tomar otro colectivo a Hohenschwangau. Es Alemania, así que no esperen nombres fáciles, perdón. Ahí retirás las entradas y tenés que ir hasta el castillo. Son cuarenta y cinco minutos a pie o bien subís en micro o carreta y caminás diez o quince minutos. Básicamente, aún tomando el tren de las 6.53 estábamos jugadísimos. Y eso si es que podíamos salir del hostel, que recién abría a las 07.00. Así las cosas optamos por pedir un cambio de horario. La nueva opción, a las 17.15. Seguíamos jugados, pero esta vez, para la vuelta.
Para llegar a Füssen hay que atravesar buena parte de la Baviera profunda. Campo, montañas y pueblitos que son, en su mayoría, una iglesia rodeada por un puñado de casas.
Füssen no es tan pequeño pero tampoco mucho más grande. Un pueblo donde la gente anda disfrazada vestida de tirolesa por la calle como si fuera lo más normal del mundo.
Tiene su iglesia, su castillo y sus callecitas peatonales llenas de edificios coloridos. Y su río, cuyo color merece un capítulo aparte.
Después de haber pateado un poco el pueblo decidimos ponernos en marcha hacia Hohenschwangau y los castillos. Si el pueblo vive de algo, ese algo es el turismo. La infraestructura es mínima y todos sus edificios funcionan domo hoteles, restaurantes y tiendas de souvenires.
Luego de felicitarnos por haber reservado las entradas (la cola de espera era de casi dos  horas para ser atendido pero para nosotros fueron sólo cinco minutos) iniciamos el ascenso al castillo de Hohenschwangau. Se trata de un antiguo castillo del siglo XI que el rey de Baviera Maximiliano I compró en estado de semi abandono y remodeló para usar como residencia de verano. Allí creció Ludwig II (Ludovico o Luis, para los amigos, también conocido como “el príncipe cisne”, el “príncipe de cuento de hadas” y más popularmente como “el rey loco”).
Hohenschwangau era, en realidad, el castillo Schwanstein, la piedra o roca del cisne. El nombre le venía dado por el lago que se encuentra a su orilla y por ser el cisne el animal heráldico de la familia que lo construyó.
Sin embargo cuando el Ludwig mandó a construir su castillo, quiso que el suyo llevase el nombre de roca del cisne, por lo que tuvo que enrocar los nombres de ambas residencias. Supongo que cuando se es rey algunos se dan el gusto de cumplir todos sus caprichos. Así las cosas, el antiguo Schwanstein hoy es Hochenschwangau.

Bajando del castillo se llega al lago de dónde se tiene una vista panorámica muy linda de las montañas de la región.
Y mientras se acerca nuestra hora de visita vamos subiendo la cuesta, que arriba el palacio no se vistió de fiesta pero sí nos espera.

A pesar de su apariencia, esta residencia es de la última mitad del siglo XIX. Parece que al momento de construirlo Ludwig II estaba tan emocionado que compartió su alegría con Richard Wagner. El Ludovico admiraba tanto a Wagner que no sólo se identificaba con sus obras sino que lo subsidiaba y ayudaba económicamente. Así le transmitió su felicidad ya quería plasmado el ideal de ambos de tener un auténtico castillo de la Edad Media a su disposición.  Por paradójico que parezca, para construir este castillo como de la Edad Media hubo que destruir un verdadero castillo que se encontraba en la colina pero que, muy a pesar de datar del siglo XIII no se ajustaba a la fantasía del rey.
Cuenta la leyenda que Ludwig se puso él mismo manos a la obra -metafóricamente hablando ya que no debe haber puesto ni la piedra fundacional- y hasta diseñó la sala del trono, la sala de banquetes y otras habitaciones siguiendo modelos románicos y bizantinos.
Lamentablemente no se pueden sacar fotos en el palacio así que todos estos interiores delirantes quedarán en la cuenta del haber. Incluso Wikipedia carece de fotos actualizadas y las únicas que ofrece son fotografías pintadas que si bien no son de la época de la construcción, tampoco distan tanto.
Aunque Ludwig se veía a si mismo como un personaje de ópera de Wagner e intentaba en Neuschwanstein rodearse de un ambiente pseudo medieval, a la hora de los bifes tampoco fue tan purista. Para la construcción se emplearon las técnicas más modernas de la época y el palacio contó con calefacción central, electricidad, agua corriente y cerramientos metálicos con termopaneles... Que una cosa es estar un poco loco y añorar la Edad Media y otra muy diferente es tener ganas de congelarse y pasarla mal.