jueves, 31 de marzo de 2016

Blasewitz / Loschwitz

Blasewitz y Loschwitz parecen sonidos de estornudo pero no hay que dejarse engañar. En realidad son dos distritos de la zona sur de Dresden que a su vez se dividen en varios barrios. Ambos se encuentran junto al río Elba, que los separa. La comunicación entre las dos zonas se realiza vía ferry y -principalmente- a través de un puente popularmente conocido como Blaues Wunder (la “Maravilla Azul”) a pesar de mostrar en la actualidad un color gris-turquesa bastante desteñido. 
Entre finales del siglo XIX y los últimos años de la década de 1920 la zona se convirtió en un suburbio de Dresden lleno de caserones (acá se usa la expresión italiana villa -pronunciando la LL como una L larga- al punto que muchas de estas mansiones tienen nombres en italiano; “Villa María”, “Villa Alpina” y “Villa Berta”, aunque siempre es posible encontrar nombres como "Villa Hedwig" o cosas por el estilo). 
Desde antes del siglo XX la región era visitada por turistas que se sentían atraídos por el paisaje de la región. Laderas onduladas que terminaban en la costa del Elba, donde se extendían unos pocos caserones que se veían entre las copas verdes de los árboles y más allá las colinas y las montañas, con algún que otro campanario asomando... Perdón, me hice la película… pero estando en la lista de visitantes ilustres Schiller, Goethe, Novalis, Mozart y Humboldt no se puede menos que imaginar a los susodichos en medio de algún tipo de escena bucólica, haciendo un picnic bien surtido a la sombra de un árbol, ya sea componiendo o escribiendo. 
Pero antes de recibir tantas visitas, -más o menos hacia el 1400- era una villa de pescadores (del río) y productores de vino. Aunque usted no lo crea, la región del Elba es conocida por su producción vitivinícola, en general de vinos blancos. De todo eso poco queda en la actualidad, al menos en Blasewitz. Del otro lado del Elba ya es otra historia, pero de este lado del charco hace rato que nada queda de los viñedos.
Cruzando la Maravilla (que alguna vez fue) azul llegamos a Loschwitz. Yo estuve en Loschwitz hace mucho tiempo. Podría decirse que la última vez que había estado aquí fue en el milenio pasado (pucha que pasa el tiempo). Me di cuenta la primera vez que pasamos por acá en colectivo. Fue raro porque el puente me había generado cierta sensación de familiaridad confirmada luego por el funicular y el cablecarril. No hay otros en toda la ciudad. Y son ciertamente los que recordaba. Aunque en el futuro tendré que comparar las fotos de aquel entonces con las de ahora.
Se supone que de este lado del Elba desde el siglo XI ha habido viñedos. ¡Y aún los hay! Viñedos y palacios de los reyes de Sajonia, de Prusia y seguramente de algún que otro noble que debe haber pululado por aquí. Pero la estrella histórica de la región es Schiller, quien -se supone- escribió la oda a la Alegría mientras pasaba una temporada en Loschwitz. La casa en la que se alojó puede ser visitada (para variar, con cita previa, entre abril y octubre, seguramente los días pares con luna llena).
A diferencia de Schiller, muchos de los posteriores visitantes y habitantes de esta zona contaron con las bondades de un cablecarril y un funicular. Si la empresa de transporte de Dresden no miente (y por lo menos con los horarios no lo hace), el cablecarril de Loschwitz es el tren de suspensión (léase colgante) más antiguo del mundo.
Una vez arriba resulta fácil entender por qué los acaudalados sajones eran tan afectos a este barrio. Calles tranquilas y arboladas, villas en las laderas, vista al Elba y las montañas. 
Sobra decir que subimos caminando para no pagar el pase disfrutar de la panorámica y sacar fotos.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Foto de miércoles...

Otra nevada, la primera del año. A principios de enero en la iglesia de Plauen, en frente al departamento.

martes, 29 de marzo de 2016

Encuentre las siete diferencias: El transporte público

Número uno. Funciona. En todas las paradas de tranvía y colectivo están los horarios. Están los horarios, hay reloj, hay asientos. También, un mapa de la red de transporte de la ciudad. En muchas hay un cartel electrónico que te dice cuánto falta hasta que llegue el próximo servicio. Cuando en la parada paran muchos servicios diferentes tenés una lista: Tram 11: 1 minuto, Tram 3: 2 minutos, Bus 62: 4 minutos. Nadie rompe nada.
Número dos. Puntualidad. Es un punto en el que el cliché suele coincidir con la cotidianeidad. En general los servicios de transporte llegan cuando tienen que llegar. Hay un margen de dos o tres minutos. En tres meses jamás vimos que hubiera un atraso mayor a cuatro minutos. Igual, los alemanes orientales tienen un margen de tolerancia mayor frente a la impuntualidad. En Baviera (donde estuvimos hace poquito) parece que la situación es otra. El colectivo debía llegar 15.20. A las 15.21 una persona se nos acercó para preguntarnos si esperábamos también el bondi y si así era, si conocíamos las razones del retraso (SIC). 

Número tres. Precio. El transporte es caro. El que quiere celeste, que le cueste. Acá en Dresden, el viaje mínimo cuesta 2,3 euro. O sea, salado. Podría decirse, un poco más que simplemente salado. Como contraprestación, hay horarios en los que los servicios van casi vacíos, pero siguen funcionando con intervalos regulares. 
Número cuatro. Sentarse. En el transporte alemán sentarse es un tema. Los/as usuarios/as están menos desesperados/as por sentarse y suele haber mucha gente que deliberadamente viaja parada. Así que en general, fuera de horarios más complicados, no suele ser difícil. Incluso en horarios pico puede haber asientos vacíos, y una muchedumbre parada alrededor de los mismos que suele impedirte el acceso… Pero si está todo lleno y sube una persona mayor, lo siento, nadie se mueve normalmente de su lugar. Nada de ceder el asiento ni nada. Otro hábito común acá que detesto es la gente que viaja con su mochila sentada al lado. Ponen la mochila o el portafolio, la bolsa o lo que sea para que nadie se siente. No importa que ya no queden lugares libres. Algunos llegan a puntos de caradurez máximos que aún con alguien que amaga a querer sentarse no corren la mochila. A veces ni ante un “Entschuldigung” reaccionan.
 
Número cinco. Sistema. El sistema de transporte corresponde a la ciudad, es público y está integrado. Cuando uno compra un boleto mínimo compra la posibilidad de usar durante una hora el sistema. O sea, puedo tomarme un tranvía, bajarme, combinarlo con un colectivo, subirme a un tren o a un ferry. Mientras sea dentro de la hora el pase el válido y puedo combinar los medios como quiera tantas veces como quiera. Es más, si llego a ir y volver en una hora, ya está. En cada tranvía y en cada colectivo hay una pantalla que te dice cuál es la próxima parada y cuales son los trenes, tranvías y colectivos que paran ahí y, por el mismo precio, cuánto falta para que lleguen hasta ahí. Además se puede subir con perro, bicicleta, cochecito o silla de ruedas. Por la bici y el perro se paga un pasaje extra reducido. Eso corre también para toda la red: colectivos, tranvías y trenes.   
Número seis. Pases. Hay pases semanales, diarios, mensuales. Con eso te sale más barato viajar. Los pases diarios, semanales, mensuales u anuales son ilimitados. Eso quiere decir que durante el lapso de su validez los puedo usar cuantas veces quiera. Con el pase semanal, por ejemplo, puedo viajar durante una semana, no importa cuántas veces por día. Mientras me mantenga en la zona para la cual saqué el pasaje no hay problema, puedo ir y volver cuantas veces se me ocurra, mi pase siempre será válido, no necesito preocuparme por nada.

Número siete. Máquinas infernales. Sacar boleto no es fácil. Las máquinas tienen mil opciones, con bici, sin bici, trayecto corto, trayecto común, cuatro trayectos comunes, por un día, para una familia, para un grupo chico, para un grupo grande, semanal, mensual... Además hay un sistema de zonas, o sea, una zona es Dresden-Dresden, luego si pasás a los suburbios es otra zona, si querés atravesar dos suburbios es otro precio. Tenés que ver dónde están tus paradas de origen y destino, ver cuántas zonas atravesás. Y combinar esa info con el tipo de pasaje que querés sacar. Si no tenés mucha idea podés terminar experimentando una crisis existencial.
Yapa. Accidentes. Si había llovido (o nevado) y te resbalaste al pisar el suelo metálico que está en la articulación que une los coches de un tranvía, mala suerte. Aunque des una vuelta carnero en el aire y todo el mundo abra la boca para gritar por el porrazo que te vas a pegar, nadie va a preguntarte nada. Si cuando finalmente aterrizaste de culo en el suelo atinás a hacer señas de que estás bien, de que ya pasó y no hay problema, no te gastes. Salvo que hayas gritado de dolor al aterrizar nadie se va acercar. Deshacé el gesto rápido y listo. Al ver que seguís consciente, todos vuelven a su mundo habitual y a otra cosa, mariposa. No que me haya pasado a mí, obvio. Le pasó a un amigo, por supuesto.

jueves, 24 de marzo de 2016

Radebeul (o los viñedos de Sajonia)

Para ir a Radebeul (léase Radeboil) -salvo que se viva allí- no hay tantísimos motivos. Para los turistas la lista puede reducirse, esencialmente, a cuatro: a) visitar los viñedos en las laderas de las montañas (en su día muchos de ellos fueron propiedad del rey); b) tomarse el tren histórico a vapor que une la ciudad con el palacio de Moritzburg; c) ir al Museo de la DDR (también conocida como la República Democrática Alemana o, en su defecto, Alemania oriental); o d) ir al museo Karl-May sobre westerns y novelas de cowboys. Siempre queda lugar para e) nos perdimos y terminamos acá. Pero ese no es nuestro caso, no al menos esta vez.

En esta ocasión nuestra motivación fue una combinación de recorrer un poco los viñedos y ver el museo de la DDR. Por lo que pudimos comprobar, en los últimos 15 años los museos sobre la República Democrática Alemana se han reproducido cual hongos después de la lluvia. Muchas ciudades  de la región tienen uno y, en general, suelen concentrarse en la reproducción de la vida cotidiana. Muebles, autos, ropa, electrodomésticos y juguetes pululan por estos museos. Este florecimiento de la pasión germana por la DDR es bastante contemporáneo a otro fenómeno alemán. Se lo llama “Ostalgie”, que es un juego de palabras entre Ost (este, oriente) y Nostalgie. Algo así como la nostalgia por el este, por la Alemania oriental. Hoy en día eso se ve claramente en los autos; muchos alemanes orientales conservan (y atesoran) sus Trabant, los autos producidos en serie en la DDR y a los que las familias accedían luego de largas y ansiadísimas esperas. Con este comentario se me va a caer una década, pero… por lo que cuentan, recibir un Trabant parecía incluso más complejo que acceder a un teléfono de ENTEL. También en los muebles. En E-bay son muchísimas las publicaciones de placares, mesas y sillas que aparecen catalogadas como productos de Ostalgie Pur. En general la Ostalgie puede ser un sentimiento más político-económico, como la añoranza por aquella época en la que no había desocupación y la diferenciación social era menor (con excepción de los altos burócratas y los líderes del partido, claro esta) o puede manifestarse en su vertiente más socio-económica. Allí están los que extrañan los Trabant, los muebles de madera (y no de aglomerado enchapado), el diseño setentoso, los productos con envases retornables, las cosas durables y la casi inexistencia del marketing.
En el caso de Radebeul, el museo está apropiadamente situado en un monobloque bastante feo y con poca onda, uno de los pocos edificios de la ciudad que no deja dudas sobre la época a la que corresponde.

Afortunadamente, otros edificios resultaron ser ligeramente más fotogénicos, como la municipalidad y la iglesia luterana. 

En el caso de la iglesia luterana parece que las mentes locales (¿radebeulenses?¿radebeuleras?) dieron con un nombre a prueba de conflicto. Iglesia luterana "Martín Lutero". 

Dejando atrás la zona donde están la municipalidad, la iglesia y la estación de tren, las casas se van volviendo más bajas y aisladas. Poco a poco comienzan a aparecer huertas y viñedos. 
En este caso "dejar atrás" implica caminar solamente doscientos o trescientos metros. Realmente Radebeul funciona en la actualidad más como un suburbio de Dresden que como otra cosa. Un lugar pintoresco para vivir a treinta minutos de la ciudad, un barrio tranquilo para quienes quieren ver algo de verde por la ventana y tener su jardincito.

Aparentemente, para los sajones adinerados de antaño los viñedos también tenían su atractivo. El Elba, las montañas, los viñedos y la proximidad no tan cercana con Dresden deben haber contribuido a que también se instalasen familias ricas aquí y allá.
Cuenta la leyenda que una buena parte de los viñedos de la zona pertenecieron, al menos nominalmente, o bien a la familia real o bien al estado de Sajonia. Aunque parezca raro, Sajonia es una región productora de vinos. Así es. De hecho, la región tiene una tradición vitivinícola de más de 850 años. Y el valle del Elba es una de las regiones de viñedos y bodegas más septentrionales de Europa. Tal parece que en esta zona las laderas del río contribuyen a generar una especie de microclima que hace que los inviernos sean un poco menos intensos y las primaveras y otoños, más cálidos.
Se trata en su casi totalidad de vinos blancos, y ciertamente el nombre de las cepas más populares habla de variedades que parecen estar aclimatadas a estas latitudes: Riesling, Goldriesling, Müller-Thurgau y Gewürztraminer (esta última, tinta).
Para variar, seguramente vamos a tener que volver en primavera-verano, ya que el paisaje de otoño-invierno parece ligeramente desolado y menos … bodeguero … de lo que asumimos será en la temporada correcta. Al menos esta vez pudimos disfrutar un poco del sol en medio del invierno. 

miércoles, 23 de marzo de 2016

Foto de miércoles...

En Meißen, con el Albrechtsburg y la ciudad vieja de fondo.

lunes, 21 de marzo de 2016

La halva de maní

A veces el mejor lugar para aprender algo es allí donde el fenómeno ocurre, ahí donde las cosas pasan, in situ, donde las papas queman. Otras, suele ser a miles de kilómetros. Pero no por la supuesta distancia científica o alguno de esos cuentos epistemológicos sino porque hay preguntas que sólo la necesidad de reemplazar lo que no se tiene puede disparar. O descubrimientos que nos despiertan la curiosidad. Claro que a todo esto hay algo que tengo que aclarar. Los paquetes misteriosos que me llevé del supermercado turco dos entradas más abajo (ver: A la caza del Mantecol) eran, efectivamente, algo muy similar al mantecol. Mi siguiente pregunta fue ¿cómo es posible?

Como suele ocurrir con las preguntas, una vez que se comienza no se puede parar. Una pregunta lleva a otra y así seguimos. Dicho esto... ¿a alguien le suena el nombre halva? (o en su defecto halwa, halvah, halava, helva o halawa) A mí no me resultaba para nada familiar hasta hace unas semanas. Mucho menos me sonaba haber comido tal cosa en mi vida.
 Pasemos a las definiciones. La palabra Halva se usa para referirse a una larga familia de dulces basados en una pasta de semillas. Originalmente, en India, Pakistán y Persia se hacían de sémola y se endulzaban con miel y azúcar. En Medio Oriente, el Mediterráneo Oriental y los Balcanes existe este tipo de halva pero, además, existe  otra variedad hecha a base de sésamo prensado y pasta de tahini (qué también es de sésamo). Esta pasta densa de sésamo y endulzada con miel y azúcar se come como postre, y puede tener (o no) ingredientes extra como cacao, pistachos, almendras, nueces y otras semillas o esencias de vainilla o frutas.
En Rumania, Ucrania, Bielorrusia y localidades aledañas el sésamo fue reemplazado en la producción de halva por semillas más abundantes en la región, como por caso, las de girasol. Sin embargo esa no es la rama que nos interesa a nosotros, así que volvamos al mediterráneo oriental.

En Grecia y en Turquía la halva puede contener además de sésamo, trigo y frutas secas en su interior. A diferencia de otras variedades, en esta zona la  halva posee una textura compacta pero ligeramente arenosa. Con esta tradición a cuestas, alrededor de 1940 una familia de inmigrantes griegos asentados en Córdoba comenzó a preparar como golosina su propia halva. Claro que el tahini y la pasta de sésamo resultaban un poco más caros y un tanto ajenos al paladar sudamericano, así que reemplazaron las infrecuentes semillas de sésamo por uno de los productos que abundan en Córdoba, maní. Y funcionó. Funcionó a las mil maravillas. La familia de inmigrantes griegos le puso su apellido a la empresa, Georgalos, y el producto recibió el nombre de Mantecol. 
Por supuesto, como en Argentina nadie tiene el futuro asegurado, en 2001 Georgalos estaba ligeramente ajustada con ciertas deudas así que tuvo que deshacerse de algunas de las joyas de la abuela, en este caso, la patente del Mantecol. El comprador de la patente fue Cadbury, quien desde entonces lo comercializa (no sin ciertos cambios en la receta). Como parte de la venta, Georgalos no podría producir nada parecido al Mantecol por cerca de ocho años. Esto ya es parte de la historia que conozco. Así es como nació el Nucrem, como la vuelta de Georgalos al mercado de la halva.

Lo lógico hubiese sido tener toda esta información en mente e ir directo al supermercado de productos árabes y de medio oriente para buscar entre las góndolas algo que dijera halva, helva, halawa o lo que fuera. Pero eso lo hace cualquiera. Como ya saben, el cráneo fue al supermercado de productos de medio oriente siguiendo una pista misteriosa. Una vez allí imaginó que tan difícil no podría ser, y se dedicó a buscarlo sin tener ni la más remota idea de cómo sería ni, mucho menos, cuál sería su nombre.

jueves, 17 de marzo de 2016

El Grossmünster de Zürich

Gross (groß) en alemán significa grande o gran. Münster es una de las quichicientas palabras que existen para referirse a una catedral (Kathedrale parece ser usada más con las católicas, Dom cuando tiene una cúpula, Haupkirche cuando… y así la lista continúa).

En teoría el edificio principal fue construido entre 1100 y 1220 con, como suele suceder, sucesivos (y no siempre del todo felices) agregados. En el caso del Grossmünster, la iglesia experimentó un proceso similar al de otros templos que se convirtieron a ciertas ramas del potestantismo; en determinado momento del siglo XVI las esculturas y pinturas de santos/as y afines fueron retiradas por cuestiones de dogma. No sé si se emocionaron tanto como en Berna para llegar al punto de arrojarlas al río... pero ya no están. 
Según la leyenda -siempre hay una leyenda- el Grossmünster fue fundado por el mismísimo emperador Carlomagno en -exactamente- el lugar en donde se encontraban las tumbas de San Félix y Santa Régula (mamita, con ese nombre, cómo no ser santa), que son los patrones de la ciudad.

En la cripta de la iglesia (no se puede sacar fotos adentro, perdón) efectivamente hay una estatua románica de Carlomagno. No sabemos si la estatua zafó la ira protestante por ser conmemorativa -y no era por tanto objeto de adoración- o si era tan rudimentaria medieval que no tenían idea de quién se trataba. Por decirlo de un modo amable, entre que el arte del siglo XI no es especialmente realista y que la estatua está un tanto baqueteada, no resulta fácil identificar al susodicho. Con todo, al menos una parte de la leyenda parece ser cierta ya que en excavaciones recientes pudieron comprobar que debajo de la iglesia hay restos de un antiguo cementerio romano. La parte de si realmente fue fundada por Carlomagno, bueno, por ahora sigue quedando sin aclarar.
Para la rama germanoparlante de los protestantes suizos (y bueno, cada zona tenía su reformador) la iglesia tiene un valor especial ya que desde su púlpito el señor Zwingli (para los/as amantes de las traducciones, Zuinglio) encabezó la reforma religiosa Suiza. Entre las cosas a las que se les acabó el cuarto de hora en la iglesia estaban la cuaresma, el celibato pero también la música de órgano (SIC) y las imágenes. Como resultado el órgano y las imágenes de santos/as y afines tuvieron que ir a parar a algún otro lugar, mientras que los suizos pudieron comer carne antes de Pascua sin mayor problema y los religiosos, casarse.
Por si a alguien le quita el sueño, le paso el dato… las torres son posteriores a la nave principal del edificio, que es más bien de estilo románico. Tenían dos agujas de madera que se quemaron en 1780 y fueron reconstruidas en algo que podríamos llamar como una extraña mélange entre románico y barroco, dos estilos arquitectónicos que, por lo general, no coincidieron temporalmente ni un poquito.
Lamentablemente, por dentro las torres se ven bastante menos encantadoras que por fuera ya que abundan caños y cables, por no mencionar los tramos en los que dos personas a duras penas pueden cruzarse. Definitivamente subir no es una tarea recomendable para quienes experimenten inclinaciones a la claustrofobia. Aunque desde arriba la vista bien vale pena. Es decir, bien vale la pena siempre que no se haya subido durante un día de neblina.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Foto de miércoles ...

Principios de marzo. Nevada en la placita de Plauen.

lunes, 14 de marzo de 2016

A la caza del Mantecol

Los domingos en Dresden cierra todo. TODO. Todo con dos excepciones. Una son los bares, restaurantes y cafés. La otra son los negocios de la estación de trenes. Afortunadamente allí hay un supermercado, una farmacia, un par de kioscos y otros negocios de comida rápida. Como es Alemania también hay una florería.

Un buen día, gracias a Nubia descubrimos que debajo de la estación de trenes también había otro mundo. Ese otro mundo subterráneo incluye una galería comercial y dos subsuelos de estacionamiento.

Ese mundo no funciona los domingos. Tampoco es especialmente glamoroso. Es más bien un lugar un tanto oscuro, no muy encantador ni particularmente transitado. Y a diferencia de las grandes marcas del mundo de allá arriba, los negocios subterráneos son más bien desconocidos. Tampoco hay tantos. Una florería que se llama Saigón, un supermercado de productos orientales (dícese, chinos, coreanos, japoneses, etc), dos verdulerías, un locutorio y el supermercado de productos de medio oriente.

En este último negocio me interné con una larga serie de interrogantes. A saber, si yo fuera un mantecol, y viniera de Turquía… ¿cómo me llamaría? ¿qué aspecto tendría? ¿en qué tipo de paquete vendría?. Obviamente carecía de respuestas para todas estas preguntas. Pensando en perspectiva resulta obvio que debería haber buscado alguna respuesta en Google. Pero como es sabido, esos momentos de iluminación suelo tenerlos más a posteriori, cuando el hecho ya está consumado.

Así que con mis preguntas llego hasta el supermercado. Espero que la tarea no resulte tan difícil y me armo de coraje. Entro. Hay cinco personas hablando cerca de una heladera. No es alemán. Ni idea de si es árabe o turco. Hago un saludo con la cabeza y encaro rápidamente hacia las góndolas tratando de evitar un contacto oral en algún idioma que me resulta desconocido.

Ya en la góndola comienza la búsqueda. No, no, no… esto no sé qué es, esto tampoco, esto menos, pero no parece mantecol. Hey, esto es arroz, al fin algo conocido. Pero no necesito arroz. Siguiente góndola.

Condimentos. Acá me puedo quedar a vivir. Curry no sé que cosa. Curry no sé que otra. Curry ahumado. Tostado. Me convencieron, llevo un curry. Y ají molido. Sigo. Por ahora no hay noticias del mantecol.

A ver. Frascos y latas. Verduras en latas. Tahini. Pasta de maní. Manteca de maní. Llevo tahini. A diferencia del precio prohibitivo que tiene en Argentina, acá cuesta apenas más caro que una mermelada.

Té. Mmmm. A ver… Té en hebras, bolsas de kilos y kilos. Té en saquitos. Medio caro, pero hay una oferta de té de limón, llevo uno. Más paquetes de té en hebras. Hey, un momento. Esto parece un paquete de yerba. Pero está en árabe.
¿Será yerba?. Levanto la vista. Esto es una broma. Veo otro paquete que tiene toda la pinta de ser yerba Piporé en árabe. Bueno, asumo que será Piporé, porque el paquete tiene los mismos colores y la misma estética. A ver. Lo doy vuelta. ¡Es Piporé! Con la información adquirida vuelvo al otro paquete que también parecía yerba mate. Lo doy vuelta. ¡Español! ¡Yerba-mate! Al menos encontré algo. No es lo que venía a buscar pero es algo. Sigo mirando.

Más cosas que no sé que son. Esto parece una suerte de galleta de arroz. Esto parece un alfajor de galletas de arroz con algo misterioso en el medio. Bolsas de almendras. Semillas de sésamo. Pistachos. Algo que parece un turrón blando, creo que con pistachos. Al menos parece que acabo de entrar en zona. Un producto raro con apariencia entre la manteca y el tofu. Pero no sé. Sólo es una caja de plástico con una foto.
 ¿Será?. Lo agarro, lo dejo… lo agarro, lo dejo. Sigamos viendo. Mmmm… esto parece un mantecol con chocolate. Por el dibujo que tiene, debería ser un mantecol con chocolate. Y dice Kakaolu, que suena muy parecido a cacao. Luego veo que dice "halva with cocoa". Y para asegurarnos, después está en alemán. Ok, ya entendí.
Más lo miro, más me parece que es mantecol con chocolate. Lo agarro. Me desconcierta un poco que diga “tahin”. Tahin me suena a tahini. Tahini es pasta de sésamo. ¿el Mantecol tiene sésamo? Mmmm. Pero el dibujo es muy parecido. Está bien, lo llevo. Vuelvo sobre mis pasos y miro la otra cosa que había agarrado antes. El nombre es parecido. Dice “plain”, asumo que eso significará que es como el otro pero sin chocolate. El dibujo del paquete parece confirmar la idea. Y bueno, total… si no es me lo como antes de que llegue Diego. 
Ahora a la caja. ¿Será acá la caja? Debe ser. Pongo todos mis tesoros en el mostrador. Espero un rato a ver si viene alguien. Espero un rato más. Ahí viene alguien. Me dice algo que no entiendo. Se ve que mi cara de sorpresa le indica que no entendí. Lo repite. Entschuldigung?.  ¿No hablás árabe? -me pregunta en alemán-. No, le respondo. Asiente. No hablás árabe pero comprás árabe, me dice. Y sudamericano -le retruco mientras le señalo la yerba-. Claro, bueno, eso lo tomamos de ustedes, supongo.  Y parece que esto -le indico ahora el supuesto mantecol- lo tomamos de ustedes. En Argentina tenemos algo que se le parece mucho. ¿Cómo se llama? -me pregunta-. Mantecol.

Me extiende el ticket. Le pago. Clín. Caja. Me vuelvo a casa a paso redoblado. No porque avance el enemigo, sino por curiosidad, porque quiero saber si la misión fue exitosa o si voy a tener que empacharme con una pasta misteriosa.

jueves, 10 de marzo de 2016

Zürich

Zürich (alemán), Zurich (francés), Zurigo (italiano) o Turitg (romanche) -para presentarla en los cuatro idiomas oficiales del país- es la ciudad más grande de Suiza. Además es su corazón financiero  (vaya contradicción de términos) y su principal centro cultural. Quizás quede mejor decirlo al revés, es su corazón cultural y el principal centro financiero.
En el escudo de Zürich no hay osos, águilas ni ningún otro animal. Un cuadrado (o rectángulo) cortado en diagonal. Una parte es azul/celeste y la otra, blanca.
El día en que visitamos Zürich fue particularmente neblinoso, lo cuál nos impidió disfrutar de las panorámicas del lago con los Alpes de fondo pero generó cierto encanto que no puede recibir -por razones geográficas obvias- el apelativo de londinense.
Los primeros asentamientos en la ciudad se remontan hasta el año 15 antes de cristo, con la fundación de la aduana romana de Turicum (vieron que el nombre romanche no era tan caprichoso como parecía) aunque tuvo que esperar hasta el siglo X para recibir el estatus de ciudad.
Tempranamente Zürich adoptó la Reforma Protestante, abandonando el catolicismo y transformándose en un refugio para luteranos, anabaptistas, hugonotes y otras iglesias que surgieron a partir de 1519. De esto ya hablaré otro día, quizás cuando sea grande, quizás antes. 
El centro de la reforma en la ciudad fue la Grossmünster (También conocida como la catedral). A pesar de la neblina, los cráneos decidieron subir los quichicientos escalones de sus torres para disfrutar (¿?) de la panorámica. Igual valió la pena.
 
Un poco como Berna, el casco histórico de la ciudad cuenta con edificios medievales bastante preservados y, a medida que te alejás, van apareciendo construcciones con estilos menos antiguos. Como si fueras pelando las capas de una cebolla.  Al igual que la capital, también suele encontrarse entre las 10 ciudades con mejor calidad de vida del mundo.
En lo que no se parece a  Berna es en la ubicación geográfica. Aunque no lo parezca en las fotos, la ciudad está ubicada en la costa de un lago y se encuentra cruzada por un río. Obviamente el lago parecía ser el epicentro de la niebla, así que no tenemos ninguna foto decente. Habrá que volver para verlo.
Según los datos oficiales Zürich cuenta con una población de 404.783 habitantes, pero si incluimos los suburbios el número se eleva a un millón doscientos mil habitantes. De esta población casi el 30% son inmigrantes. El grupo mayoritario de inmigrantes son los alemanes, que llegan atraídos por los altos sueldos de Suiza con la idea de “hacerse la Helvecia” y beneficiarse de la diferencia ahorrada cuando vuelvan a su país. La diferencia en el costo de vida entre Suiza y Alemania hace que la posibilidad de ahorrar algo de dinero en Suiza y llevárselo de vuelta a Alemania sea más que atractiva. Dicho sea de paso, hay mucha gente que cruza la frontera a Alemania para hacer compras y volverse con el auto cargado a Suiza. Por eso comenzó también a haber ciertos controles fronterizos y reglamentaciones (por ejemplo, la cantidad de carne que se puede entrar al país). Yo no quiero decir nada pero al parecer habría -al menos- dos argentinas que también participarían de este tipo de operaciones.
A la tarde, un rato antes de volver, la niebla comenzó a disiparse un poco. (Palabra clave: poco). Al parecer se trata de un fenómeno típico de finales del otoño e invierno. (Nota mental ochenta y cinco mil trescientos treinta y tres: aprovechar el invierno para ir al Mediterráneo)
 
¡Finalmente! Sin la neblina descubrimos que, efectivamente, las torres de la catedral tenían cúpulas. Bueno, no lo descubrimos, tan sólo logramos verlas.
Como dato de color, entre las personas que vivieron en la ciudad se encuentran Einstein, Lenin, Wagner (Ejém, también vivió en Dresden), James Joyce, etcétera, etcétera… Por si alguien se lo pregunta, entre sus actuales habitantes se destacan Tina Turner (no lo digo yo, lo dice Wikipedia) y el tenista Roger Federer, que es -después de Heidi- el mayor ídolo nacional de Suiza (seguido de cerca por Dj Bobo).