jueves, 22 de abril de 2010

Rucaco II (Modelo 2010)

Si me había sorprendido durante el camino no haber vistos rastros de un otoño que no terminaba de llegar, más habría de sorprenderme después de llegar a la "cancha de fútbol". No, no se preocupen, no cambié mis hábitos y sigo sin pisar una cancha de un equipo dedicado a tal deporte... es sólo que así se llama el lugar al que se llega después de continuar el ascenso desde la laguna Schmoll.

No voy a negar que no estaba ligeramente orgulloso de mi por haberme bancado el tramo caminado hasta entonces y, más aún, por el buen tiempo que llevaba (Nota: Buen tiempo para mí, que la primera vez que subí al Frey me casi me muero antes de llegar... No comparado con la gente "pro" de la montaña). La vista desde el filo era buenísima y aproveché para experimentar con el temporizador de mi máquina.

A pesar del cielo azul, sabía que la temperatura era relativamente baja, pero a fuerza de cargar con mi mochila (y por ende con la bolsa de dormir, la carpa, el calentador, la ollita y la comida) no dejaba de sentir cierto calor que me llevaba a continuar la marcha en camiseta.
No importa cuántas veces lo vea, el Rucaco siempre parece mágico
Jakob a la izquierda, Lynch a la derecha... Sigo mi senda y me encuentro con la siempre impactante imagen del valle del Rucaco... El arroyo serpenteando, su andar ondulado por el valle, el bosque de lengas y la pradera. Me sorprendió que, en contraste con el año anterior todo estuviera tan verde. Si no fuera por la temperatura que no permitía que me engañara hubiera pensado que estábamos en verano. Hacía un año que había estado allí y no había visto ni dos lengas con hojas verdes, el valle inundado de amarillos, rojos, ocres... tan diferente de lo que ahora se extendía frente a mi.

Me dispuse a bajar por entre las piedras con la certeza de que si no quería romperme nada tendría que tener cuidado. Ya lo saben, tengo cierta tendencia a la torpeza, razón que me obliga a tener cuidados extra -básicamente mirar y concentrarme- en este tipo de circunstancias. Piedras, piedras y más piedras. Grandes y firmes al principio, más pequeñas y sueltas a medida que veía que me acercaba al bosque. Hasta que finalmente llegué al lecho seco del arroyo que marca el camino a seguir.

Las piedras fueron disminuyendo y las lengas ganaron en altura. Las más achaparradas fueron quedando atrás mientras poco a poco me adentraba en este bosque tan especial. Cada vez que estoy ahí recuerdo por qué me gusta tanto ese lugar. No será la primera vez que lo diga, casi seguro tampoco la última... pero tiene esto tan especial que me hace volver una y otra vez. Esta sensación de vacaciones mezclada con la certeza de estar (casi) solo en medio del bosque, ver la luz filtrándose por entre las lengas, salir del bosque y entrar abruptamente, sin avisos ni transiciones, a la pradera que está en el centro del valle.
Embebido e idiotizado en esta sensación que me invadía llegué a la zona de acampe. Miro los distintos lugares para acampar y elijo uno que me parecía que estaba bueno. Tiro mi mochila ahí y me pongo a elongar. Mientras iba elongando miraba tratando de averiguar si había alguien más en la zona. Nadie por aquí, nadie por allá... y mientras iba terminando de elongar unas risas se dejaban oir a lo lejos. Las risas no tardaron en adquirir formas humanas que llegaron y se quedaron a unos 6 ó 7 metros de donde yo estaba. Nos saludamos y cruzamos un par de palabras.

Mientras ellos terminaban de elongar tomé mi botella de agua, mi libro y mis anteojos de sol para tirarme a leer algo, hidratarme y relajarme un poco mientras el aire del valle aún estaba cálido. Llevaba leídas dos o tres páginas cuando noté cierto movimiento entre mis compañeros de acampe. Los colores de sus comperas y mochilas se movían de un lado para el otro, yendo a parar extrañamente cerca de donde mi mochila había quedado tirada. Me llamó la atención tanto como para pararme y chequear la situación.

Para mi sorpresa habían dejado sus cosas a dos metros de mi mochila y empezaban a buscar su carpa. Miré con cara de extrañeza en ese dirección tratando de ser visto. Nada, ninguna reacción. Vuelvo a repetir el procedimiento mientras empiezo a pensar si iba a encararlos preguntándoles si no habían visto mi michila o si iba a armar mi carpa a escasos dos metros de la de ellos... o tal vez dar por perdida la batalla y buscar otro lugar. Casi con intuición provinciana pensé "porteño maleducado, ¿no podía buscarse su lugar?".

Mientras me sorprendía a mi mismo por haber concebido semejante idea ví que finalmente la mujer de la pareja me había visto y le comentaba al hombre: "Creo que él quería acampar acá...". La respuesta que obtuvo de su compañero de caminata - no me consta ni me interesa su estado civil - fue "¡Qué me diga algo!¡Qué venga y me diga algo!".

Ah no ... no, no, no ... yo no había ido y vuelto de mi casa al centro dos veces y mucho menos caminado por 5 horas para que este porteño maleducado me arruinara mi fin de semana con un "¡Qué venga a decirme algo!". Ahí mismo me di cuenta de que yo no estaba dispuesto, a diferencia de este sujeto, a dejarme arruinar la travesía. "Ma' si maleducado, quedate con ese lugar...".

Fui hasta donde estaba mi mochila, agarré las cosas, miré con irónica simpatía a la gente y me busqué un lugarcito... Algo sencillito porque yo con cualquier cosita me arreglo, ¿vieron?. En ese momento me sentí feliz porque me había dado cuenta de que mientras este tipo sí podría haberse arruinado el trekking, yo sabía que no quería que mancharan el mío. Y así me encontré un lindo lugar donde me dispuse a armar mi extravagante carpa (ya aprendí a armarla solo sin confundirme, todo un éxito) y donde más tarde habría de cenar no tan frugal pero si tan rápidamente como había almorzado.

Afortunadamente no tuve que ir al baño de noche (curioso: "ir al baño" ¿a qué baño, me pueden decir?) porque, como quien dice, estuvo fresco pa' chomba. Al menos eso demostró el hielo que se había condensado debajo de mi carpa. Dicho sea de paso, cambié mi plan de levantarme temprano (léase a las 8) por un poco más tarde (léase a las 9.15) por el frío que pensaba que hacía afuera. No sin razón, entonces, desayuné adentro de la carpa y para cuando me digné a salir de mi escondrijo tan sólo tuve que desarmar mi toldería y empacarla. Muy a mi pesar mis compañeritos de zona de acampe -nadie más había llegado- terminaron de empacar casi al mismo tiempo que yo.

Empecé a caminar relativamente rápido como para ir separándome de ellos y empecé a salir del bosque y llegué a las lengas achaparradas que anunciaban el próximo ascenso... interrumpido alguna que otra vez para mirar el valle que ahora se extendía a mis espaldas y saludar al Rucaco hasta mi próxima travesía... a sabiendas de que lo mío aún terminaba y de que después de trepar las últimas piedras se iba a abrir ante mi otro panorama igualmente alucinante.
El Refugio Jakob, allá lejos
Último descanso antes de empezar a bajar
El refugio Jakob, una parada técnica obligada
Sí, lo sé... pero no puedo sonreír en las fotos sin poner cada de idiota. Si me río en forma natural es otra historia, pero no importan cuanto lo intente, simplemente, no sale.


Con el refugio (sí, se llama San Martín, pero le va mejor el nombre de la laguna) Jakob al final de mi senda y acercándose continué la marcha con cuidado ya que, nuevamente, iba por entre las piedras...

lunes, 19 de abril de 2010

Rucaco I (Modelo 2010)

El plan era simple. Hacer la travesía Frey-Jakob en dos días acampando en Rucaco. Así aprovecharía el fin de semana largo y aún tendría tiempo para las otras cosas que debía hacer. Tenía que levantarme temprano, tomarme el colectivo de las 8.30 (+/- 45 minutos), empezar a caminar cerca de las 9, almorzar en Frey, seguir a Rucaco y pasar noche allí. Durante el segundo día de travesía debía seguir hasta el Jakob, almorzar frugalmente y continuar los 18 km hasta la ruta y ver como, desde allí, llegaba a Bustillo.

Sí, no dije que el plan no fuera intenso. Dije que era simple. Iría solo y no tenía que hacer muchas cosas. Bueno, básicamente sólo dos eran necesarias: tomarme el bondi y después caminar.

Error. El primer cambio de planes me llegó durante la noche anterior. Me di cuenta de que tenía que darle de comer a Helga, la gata de mis amigos Zig y Austin. O.K. ... Me levantaría más temprano, me vestiría e iría al departamento de los chicos/as, alimentaría al minino y caminaría una cuadra más hasta llegar a la parada del colectivo. Bueno, una parada más en mi plan.

Nuevamente estaba equivocado. Me levanté temprano, desayuné rápidamente, me vestí, agarré mi mochila y fui a lo de los chicos. "Abro, le dejo la comida y me voy" me repetía a mi mismo mientras subía las escaleras. Era simple, no podría perder tiempo. Claro, no contaba con que la llave girara sin acertar a abrir la puerta. "No puede ser", me dije. Nuevo intento. Nuevo fracaso. Repito el procedimiento con igual falta de éxito. Me digno entonces a mirar la llave. Punto positivo; enseguida identifiqué que le faltaba una patita y que por eso no lograba abrirla. Punto negativo, sábado a las 08.10, no tenía muchas esperanzas de solucionar el problema a tiempo para tomarme el colectivo en cuestión.

"No es tan terrible", pienso, y me dispongo a seguir viaje con rumbo "al pueblo", o sea, al centro de la ciudad, en dirección a mi cerrajería amiga. Llego y, obviamente, estaba cerrada. Me digo a mi mismo que era lo esperable y pienso que podría tomar un segundo desayuno en la YPF de Moreno. Antes de entrar hago una pausa técnica en la entrada para sacar mi billetera. Sabía que tenía mi tarjeta del colectivo en el bolsillo y 20 pesos en el otro, pero de todos modos busco la billetera para pagar con débito.

"No puede ser", me digo, mientras busco la billetera en el sobre de mi mochila. Vuelvo a chequear los bolsillos. Nada. Y bueno, habrá que volver a casa a buscar la billetera. No porque necesite débito, sino porque sólo tengo 20 pesos, de los cuales 10 tendría que destinar a la copia.

Llego a casa. Nadie despierto aún. La luz apenas se filtraba por las ventanas cerradas. Sobre la mesa, solitaria, mi billetera. Vamos de nuevo hasta el centro... Mientras bajaba pensaba que aún sin haber empezado a caminar ya llevaría andados más o menos 5 kilómetros.

Mientras me acerco a la cerrajería veo que se acerca mi colectivo. ¡Eran las 8.50! El bondi ya venía con más de media hora de atraso, y se suponía que era el primer servicio... Debo reconocer que había analizado la posibilidad de irme sin chequear que Helga tuviera comida suficiente. Pero, pobre gata, no la dejaría muriéndose de hambre, cuando ya había tomado el compromiso.(Sí, lo sé, tampoco soy la madre Teresa).

Aparentemente el cerrajero había llegado antes porque aún no eran las 09.00 y el negocio ya estaba abierto. Hago la copia. Le pago con un billete de $50. "Uh, me mataste" me repone con cara de sorpresa el comerciante. No sé que cara pusé, pero me propuso ir a buscar cambio al supermercado cercano. Sobra decir que volvió inmediantemente. El supermercado abre religiosamente a las 9, habría de estar cerrado aún por 5 minutos. Convenicido de la necesidad de tomar medidas extremas voy a la "Casita de Mani" (Sí, el hogar de las medialunas, las facturas 'radioactivas' y los mejores grisines de Bariloche) y me sacrifico en el altar de los grisines. Obtengo cambio y algo como para ir comiendo... Vuelvo a la cerrajería y le pago al señor.

Nuevamente llego al departamento de Zig y Austin. Entro y Helgame recibe como si fuera su mejor amigo. No tengo que aclarar que tenía comida y agua de sobra... Le cambio el agua, le limpio las piedritas... Miro el reloj, 9.20 (Sí, debo reconocer que estuve más que eficiente) y pensé que el colectivo estaría pasando a esa hora por el centro y que no podría llegar a tiempo a la parada de San Martín. "Y bueno, total, un poco más tarde, un poco menos" abro los grisines, como algunos, juego con Helga y aprovecho para leer algo. Decido que, definitivamente tomaría el colectivo de 10.15/20. A las 10 voy a la parada. En realidad salgo antes de la casa de los chicos para asegurarme de llegar a las 10 a la parada del Club Andino. Espero... espero ... espero...

Si esto hubiese pasado en una serie de dibujitos animados me hubieran mostrado sentado con el sol subiendo y bajando, nevando, lloviendo, con las flores creciendo y los árboles perdiendo nuevamente sus hojas. Baste con decir que finalmente decidí ir a la parada de Moreno donde a las 11.55 (Sí, 1hora 40' más tarde... esto ni siquiera califica de demora) pasa el susodicho transporte urbano de pasajeros. Urbano... mínimo calificaría de trasporte vacuno de pasajeros.

En fin, sin desanimarme (y bueno, todo sea por el Rucaco) empiezo a caminar cuando casi eran las 12. Es cierto que estuve casi a punto de arrepentirme y cambiar mi destino por el de playa Muñoz, pero me mantuve firme junto a mi plan original.
Empecé a caminar y automáticamente registré que aún el otoño no había llegado al Cerro Catedral. Las pocas lengas que se veían aún gozaban de un saludable color verde y a medida que me adentraba en la senda que me llevaba al refugio Frey se repetían las escenas en las que las flores se resistían a abandonar el paisaje...
Entre estas escenas de un verano que no fue y un otoño que aún no terminaba de llegar (No se preocupen que después llegó) seguía la senda tantas veces transitada. Con nieve, con hielo, con sólo algunos manchones blancos, en otoño, en primavera, con tábanos, con mochilas cargadas, con lo mínimo indispensable, para pasar la noche o volver en el día.
A las 14.30 llegué finalmente y me digné a almorzar. La última vez que había estado el lago estaba congelado y ni siquiera podía tenerse certeza de donde empezaba o terminaba. Definitivamente la escena mental que me recreaba parecía ser parte de un pasado más bien lejano, ya que de nieve, ni hablar en el refugio.
La laguna Toncek y el refugio Frey
Apenas terminé de comer, me dispuse a seguir. Aún me quedaban algunas horas hasta el valle del Rucaco, lugar en el que acamparía y desde donde continuaría, al día siguiente, mi travesía. Por las piedras resecas al sol o por entre la tierra mallinosa llegué a la subida que, desde la margen derecha de la laguna lleva a Schmoll.

La subida terminó siendo más cansadora de lo que esperaba o recordaba. Y nuevamente cuando estuvo la laguna Schmoll a la vista volví a sentir aquella sensación que había tenido durante el otoño anterior. "Se robaron la nieve..."
Laguna Schmoll. La nieve, te la debo...

jueves, 15 de abril de 2010

Encuentros cercanos

Yo sé que, en general, nadie me asociaría con un título así. Nunca tuve experiencias místicas, ni me crucé con un extraterrestre (aunque sí haya mucha gente que cree que soy uno). Tampoco fui abducido, ni vi un espíritu. Nada de eso jamás me había pasado. Pero como todo, a veces llegan momentos en los que algo cambia, como una puerta que se abre, y así se llega a ver algo que nunca se había ni siquiera imaginado.
Y fue así. Encontrábame yo en el terreno sacando las fotos previamente publicadas cuando se apereció ante mi el mismísimo espíritu de Isadora Duncan. A continuación la muestra de esta experiencia inenarrable...j

miércoles, 7 de abril de 2010

Mas vale tarde que nunca

Sí, ya sé. Por cincuagésima vez, y no sin cierto patetismo: soy de terror. O.K. Con mucho patetismo. Es que no sé quien ni cómo pero alguien (anche -léase anque- algo) se roba mi tiempo.

De todos modos no voy a continuar con el lastimoso intento de buscar redimirme. Si actualicé no es para pedir disculpas sino para finalmente presentarles el terrenín. Difícil, muy difícil, porque las fotos nunca retratan la realidad. O bueno, retratan una parte de algo, aunque sea difícil construir la imagen mental de ese algo.

A ver si los/as ayudo; primero el barrio. Villa Los Coihues, un barrio cerca de lago Gutiérrez, aunque yo estoy a 9 cuadras del lago, a 11 del centro de la ciudad. La parte del barrio donde está el terreno se caracteriza por ser bastante plana, no muy arbolada, y por lo tanto con bastante amplitud de vista. No se ve ningún lago pero si los cerros Otto, Ventana y Catedral. También el cerrito San Martín.

No hay mucha gente. En mi manzana habrá entre 10 y 12 casas. En una cuadra tengo dos vecinos, en la otra, tres. Ninguna casa muy lujosa, ninguna parece que vaya a derrumbarse.

Ahora figúrense una esquina, y en ella un terreno rectangular. Obviamente siendo un rectángulo en una esquina uno de los lados más largos da a una calle y uno de los cortos también. El lado corto tiene más o menos 16 metros y una tranquera que verán en las fotos. Ese lado se encuentra en dirección al lago Gutiérrez, que por supuesto no se ve. Entre ese lado y el otro que da a la calle hay una ochava de alrededor de 6 metros. De ahí empieza el costado largo que tiene más o menos treinti algo de metros. La parte que da a la calle mirá al cerro Catedral. El costado interno que da al vecino mira al cerro Otto.

Después trataré de escanear un plano como para que se hagan una mejor idea e iré colgando algunas fotos más...






martes, 6 de abril de 2010

Es lo que hay

maru y ian dice:gggAh
gggche, viste el blog de Lara?

gggel tuyo ya fue, no?Nicolás dice:
gggNo, no vi el de Lari
ggglo otro, ¿querés que te lo conteste?
maru y ian dice:
gggufa, yo tenia esperanzas
Nicolás dice:gggAlgún día va a revivir
gggno sé ni cuándo ni cómo
gggseguramente cuando menos lo esperen

gggcomo el gato felix
gggque renace de sus cenizas
maru y ian dice:ggguh entonces tiene una esperanza
Nicolás dice:gggNunca digas nunca
gggAunque en este momento vos tenías que corregirme y decirme

ggg“pero el que renace es el ave fénix, no el gato félix”
gggy en ese momento yo te decía, “claro, se ve que por eso no
gggrenace”…