miércoles, 18 de noviembre de 2009

Cambio climático. Episodio II

Con el tiempo fui aprendiendo algunas cosas. Algunas pueden parecerme muy obvias ahora, otras me costaron un poco más aprenderlas y aún no me parecen tan evidentes. Ya sea que esté en la montaña o en casa, con amigo/as o solo, en la escuela o en la universidad, siempre hay pequeños trucos o detalles que uno va aprendiendo a los golpes o razonando y que te ayudan a ir haciendo mejor las cosas (como a retomar el blog después de una pausa de tres meses haciéndome el boludo). Una de esas cosas que aprendí es no discutir con los estudiantes, y aprovechar las declaraciones más inverosímiles para transformarlas en un ejercicio provechoso. Aprendí que cuando - en clase - alguien dispara un “no existe tal cosa como el calentamiento global”, mi respuesta no debe ser “sí que existe porque…” sino “ahá, ¿en qué sentido lo decís?, ¿por qué lo decís?”. Tratar de ayudar al estudiante a ordenar su razonamiento, justificar sus opiniones, conectar ideas, armar un discurso coherente en el que pueda expresar correctamente su punto de vista, más allá de que me parezca el/la más garca entre los/as garcas. Me sirvió para tolerar cosas de las más insólitas, con la negación del calentamiento global y el efecto invernadero incluida (Mucho temo que el episodio se repitió en, al menos, tres situaciones y no es que yo vaya hablando sobre el tema todo el día).

Estaba contento porque nuevamente había esquivado el bulto de discutir con un estudiante, y además contaba con la ventaja de que otros dos estudiantes iban a plantear una posición sino exacta, al menos bastante similar a la mía. Fue con ese sentimiento que comencé la clase al día siguiente, con la idea de tratar de concentrarme en la corrección de errores y en el uso de conectores. La primera en despacharse fue la francesa. Se concentró en la cuestión del cambio climático y los problemas que traía en poblaciones en las que, como Australia, la necesidad de protegerse del sol es una cuestión de salud de primer orden. Estuvo un buen rato hablando de estas cuestiones, de los casquetes polares, el aumento del nivel del mar…

Para mi sorpresa, el suizo estuvo bastante diplomático. No porque los suizos no lo sean (en general son bastante educados y correctos) sino porque muchos/as tienden a detestar a los/las yanquis en este tipo de situaciones. Pero estuvo bastante contemporizador y si bien dejó clara su posición acerca de la responsabilidad de los humanos sobre el proceso de cambio climático, evitó ser categórico.

Le llegaba el turno a nuestro amigo del país del norte. Los otros habían preparado sus discursos, buscado vocabularios previamente en el diccionario, habían escrito algunas frases, en fin, habían hecho bien su tarea. Éste, en cambio, no había traído nada. Bueno, en realidad sí había elaborado algo, una propuesta; simular en clase una reunión mundial por el cambio climático. Él representaría a Estados Unidos (y para él bastante esfuerzo ya era tener que encarnar a Obama), Benedicte representaría a Europa, Stefan a China y yo a Sudamérica. La posición no me convencía; quería evitar mi participación en el debate. No porque no quisiera dar mi opinión respecto del tema, sino porque me parecía desleal discutir en situación de paridad y, además, el ejercicio no era para mí sino para ellos. De todos modos, accedí.

Creo que cantidad de sinsentidos semejantes jamás había escuchado. Se repitieron los del día anterior y se sumaron otros nuevos: que no hay evidencia que relacione efecto invernadero con cambio climático, que el clima siempre ha cambiado, que aún cuando cambie eso puede ser positivo, como en las regiones donde ahora el invierno no es tan duro, que cambiar las fuentes de energía implicaría un caos tecnológico, que no podemos volver a la edad media tecnológica, que nadie quiere tener autos que no funcionen con nafta….

Cuando le mencioné el plan argentino de reconvertir la iluminación a lámparas de bajo consumo estalló. “Es una locura, es imposible, ningún país puede garantizar eso, esas lámparas son un peligro”. La francesa me volvió a salvar. Francia tiene un propuesta de reconversión similar y un plan gubernamental de ahorro de energía. Solamente deslicé un “Si Francia puede, e incluso Argentina se lo propone, Estados Unidos tiene que poder”. Para que… casi me come crudo. Le recordé que yo estaba representando la postura oficial del país y no mi opinión personal… al margen de que lo fuera o no, no le estaba mintiendo tampoco.

Para cuando dijo que estaba bien que Estados Unidos no firmara el protocolo de Kyoto, Stefan, que ya tenía se había frotado los ojos dos o tres veces mostrando su incredulidad frente a las aseveraciones de su compañero, me puso cara de “bueno, pienso que con esto ya no se puede hacer nada”. Coincidí con su gesto – o lo que yo quise interpretar de él - y les pedí que cada quien diera un alegato final.

No hace falta dar detalles sobre los de los europeos. El de él fue increíble; su conclusión era que la mayoría del mundo había decidido que, gracias a una suerte de cambios azarosos en el clima y la insistencia de un par de hippies, el mundo obligaba a Estados Unidos a desmantelar buena parte de su industria para aventurarse en una suerte de era en la que careceríamos de buena parte de las bondades de la vida moderna.

No sé porque pero cuando hace algunos días escuché que ya se sabe que no habrá un acuerdo claro en la cumbre de cambio climático en Copenhague, no me llamó mucho la atención.

jueves, 6 de agosto de 2009

Cambio climático. Episodio I

Hay gente que tiene un extraño instinto que la guía a hacer las preguntas incorrectas. Como si tuvieran la necesidad impostergable de preguntar por algo que no deberían. Bueno, yo pertenezco a ese grupo. Meto la pata con una frecuencia mayor a la imaginable, especialmente en mi trabajo…

Como me gusta que mis estudiantes traten de expresarse lo máximo posible normalmente hago preguntas, consulto, juego al periodista averiguando datos e información sobre su vida. Y, en ocasiones esta tendencia suele meterme en problemas.

Uno de estos episodios comenzó de la forma más inimaginable que puede existir. Había escuchado con mis tres estudiantes de esa semana un audio sobre el clima. Acto seguido le pedí a cada uno/a de ellos/as que describiera un poco el clima en su región. La primera en contestar fue Benedicte, una francesa que vive en el sur de Francia. Contó que en su región el clima estaba cambiando muchísimo, que habían tenido un invierno inusitadamente seco y caluroso hasta que se desató una tormenta de nieve, una de las más frías de los últimos años. Hizo una pausa, nos miró y detalló como a raíz de la tormenta de nieve se había cortado la electricidad y la calefacción, y había tenido que abandonar su casa. Yo, que ya empezaba a preguntarme por qué se me había ocurrido preguntar por el clima, no supe donde esconderme cuando Benedicte remató su historia contando que cuando volvió la electricidad a su casa hubo un cortocircuito y se incendió buena parte de la misma…

A esa altura me preguntaba como, si mi pregunta era tan naif, había desencadenado una charla donde mi estudiante comentaba que se había enterado del incendio mientras se dirgía al aeropuerto, que había tenido el impulso de cancelar todo y volver a ver las cenizas de lo que había sido su casa, que su novio le había sugerido que se fuera de vacaciones de todos modos, que lo quemado ya estaba perdido y que a su regreso seguramente estaría más tranquila y podría encarar mejor la situación… “¿Cómo puede ser que pasen estas cosas?”, pensaba yo cuando Benedicte dijo con una calma admirable. “Y bueno, es el cambio climático, nosotros somos responsables de estas cosas”. Pensé que antes de que los otros dos contaran tragedias climáticas en sus países podría desviar la atención de la conversación hacia aquel tópico.

“Pero nosotros no somos responsables de que el clima cambie”, sentenció otro de los estudiantes del grupo. No hace falta que aclare que él era el único estadounidense de la clase. La francesa lo miró sobresaltada, el otro estudiante, un chico se Suiza abrió los ojos y no sé que cara debo haber puesto yo, pero debe haber reflejado sorpresa mezclada con indignación.

Los argumentos que habría de usar eran los mismos que señala Al Gore en el documental “Una verdad incómoda”: El clima siempre ha cambiado (como ejemplo, los/as defensores/as de esta postura indefectiblemente citan las glaciaciones); no hay relación entre la producción de dióxido de carbono y el cambio climático, el cambio no necesariamente sea negativo...

Nos miramos. Lo miramos. Yo sabía que él estaba diciendo concienzudamente que no había evidencia científica de que hubiera alguna relación entre emisión de dióxido de carbono, calentamiento global y cambio climático. La francesa lo miró con cara de “no puede ser que estés haciendo una broma sobre esto”; el suizo no sabía que pensar.

Faltaban 5 minutos para terminar la clase y comenzaba a generarse un debate que se presentaba promisorio. Promisorio, claro está, para los fines didácticos, ya que yo esperaba encauzar la discusión hacia la justificación de las opiniones, el uso de nexos y conectores… Hace tiempo que aprendí, no sin esfuerzo, que en estos casos lo mejor es no sentarme a debatir uno-a-uno con un/a estudiante, menos aún cuando hay otros/as personas en el grupo. Los dejé debatir un rato, fui anotando correcciones en el cuaderno que uso (sí, también juego al psicólogo frustrado) para estos casos, los ayudé con las palabras, les corregía errores importantes y otros los anotaba para tratarlos más tarde.

La clase había terminado hacía 10 minutos y estos tres seguían sacándose chispas… los miré y les propuse seguirla al día siguiente. Su tarea sería armar su discurso, justificar sus puntos de vista y debatir al día siguiente. Todos/as asintieron, algunos/as más agradecidos por salvar sus pellejos, otros/as porque no habían tenido que asesinar a nadie.

viernes, 17 de julio de 2009

Una de Kafka

Los papeles volaban, el ruido de los teléfonos y los celulares tapaban el sonido de la radio y de la televisión. Caras de preocupación y desconcierto se alternaban con expresiones que dejaban entrever el conocimiento previo. “Por supuesto que lo sabía, pero no podía decir nada”, iban a comentar algunos más tarde… Pero en ese momento la atención se concentraba en las imágenes que el televisor transmitía en vivo. Carlos “Chacho” Álvarez había renunciado a su cargo como vicepresidente unas horas antes. Miraba desde su balcón las banderas de los manifestantes que, al pie de su edificio le expresaban su apoyo. Y mientras la farsa de su 17 de octubre que no fue tenía lugar, en las oficinas del FrePaSo otro era el panorama. Algunos pensaban integrarse definitivamente a la UCR en el gobierno, otros volverían al peronismo, había quienes analizaban emigrar al socialismo o al Ari.

Desde Buenos Aires se esparcían las noticias; primero a las capitales de provincia, de allí a las cabeceras de distrito, desde estas hacía las ciudades menos importantes hasta llegar a los más pequeños y alejados pueblos. La noticia corría rápido y las órdenes se sucedían respetando las jerarquías. Y en medio de esta maquinaria partidaria casi kafkiana alguien se olvidó de Bariloche. La orden nunca llegó hasta aquí por lo que, como todo sistema burocrático, nadie reaccionó ante la debacle nacional del partido, el local siguió abierto y el FrePaSo continuó presentándose a elecciones, ganando o perdiendo, según cambiara la opinión de los votantes…

Eso fue lo primero que pensé cuando comprobé, poco tiempo después de mi llegada que el Frente Grande tenía tres asientos en el Concejo Deliberante local. Después aprendí que la rama provincial del partido había sobrevivido pese a la desaparición (o mutación) de la dirección central y de buena parte de los distritos. Poco importaba saber eso, en cierto punto mi historia me gustaba más. La hipótesis kafkiana de la supervivencia del Frente Grande por el “olvido” de avisar que el partido colapsaba a nivel nacional seguía pareciéndome, en algún punto, extrañamente verosímil.

lunes, 13 de julio de 2009

Cumpleaños de Miqui

Hace ya tres semanas. Era de noche. Yo terminaba de cocinar la cena para Audra y Brian, nuestros hijos y tenía que apurarme. En realidad no debía hacerlo, sólo tenía si quería llegar a la hora que me habían dicho. Lamentablemente he desarrollado un problema crónico; llegar a todos lados con exceso de puntualidad; tenía que llegar a las nueve, llegué a las 9 y 2. Para un germano que va a una cena es una demora inaceptable. Para un argentino que va a un cumpleaños raya en la mala educación.

Todavía vivo acá, así que saquen sus conclusiones.

A continuación algunas fotos del evento como para que no se olviden de mi cara (¿EGO? No, para nada)

MIKA x 2. Todos/as tuvimos nuestras fotos de póster con la homenajeada.


Wie der Vatter so die Töchter. Con mi hija, dos gotas de agua.


¿Vieron qui-mona que está mi segunda cónyuge?

Las chicas sólo quieren divertirse. Angi, la cumpleañera y Claudina

miércoles, 8 de julio de 2009

Un buda

Se me rompió la afeitadora. Había logrado arreglarla pero dos semanas después se volvió a romper. Un nuevo arreglo le dio otra semana más de vida. Pero cada vez que volvía a funcionar parecía hacerlo más como un favor personal hacía mí que por las leyes de la física moderna. Ya cansado de estas reparaciones siempre provisorias y cada vez menos duraderas me decidí a comprar una nueva afeitadora. Estaba precisamente mirando los modelos más económicos para reemplazarla cuando sonó el celular. El ringtone era la música de psicosis en la archifamosa escena de la bañadera. No faltó quien se diera vuelta para ver quien podría ser tan desubicado como para tener semejante sonido en su celular. En mi celular la música en cuestión sólo puede significar dos cosas; o me llamaban de “La Montaña” o me llamaban de ECELA. Opción dos. Era Angie. El motivo del llamado era informarme que finalmente nuestros “hijos” no comerían en casa. Miguel, que está de vuelta por estos pagos, y ella, tampoco.

Minutos más tarde abandonaba el negocio con una afeitadora en la mochila y el -poco claro- plan de vagar un poco sin rumbo. En este deambular por la ciudad terminé por recordar una película que había comenzado a ver y que tenía muchas ganas de terminar. En español se llama “Piso compartido”, aunque en lengua original es conocida como “L´auberge espagnol”. La película es francesa, eso al menos en la teoría, ya que buena parte de la misma transcurre en Barcelona en un departamento que comparten un francés, una española, un italiano, un danés, una inglesa y ya no recuerdo quien más. Al poco tiempo que comienzan a convivir en esta babel cultural tan parecida a mi propia casa el CD comenzaba a fallar. Conclusión, tenía muchísimas ganas de terminar la película. Para ese momento descubrí mi vagar sin rumbo (o sin rumbo consciente, que no es lo mismo) me había llevado hasta el video club. Sorpresa, promoción de martes, un alquiler a $4.50.


Debí habérmelo imaginado porque estas cosas siempre terminan igual, la peli que quiero no está o está alquilada. Bueno, la correcta era la opción uno. Pero yo ya me había imaginado el plan de ver alguna película esa noche, así que empecé a dar vueltas por el local. Pensé que podía ser una buena ocasión para ver alguna nacional, alguna que tuviera ganas desde hacía algún tiempo. Candidatas: Nacido y criado, de Trapero, Familia Rodante, del mismo director y Dolores de casada, película de la cuál no tenía más referencia que los nombres de los actores y la presencia de Mirta Busnelli, actriz que siempre me garantiza alguna sonrisa.


Pero entonces la vi y supe que tenía que alquilarla. Hacía tiempo que quería ver Un Buda y cuando vi el atardecer con la ciudad de fondo y un monje a contra luz ya tenía resuelto mi plan para la noche del martes. Minutos después salía del local con el DVD en mi mano derecha.

Los pepinos en vinagre necesitaban algún tiempo así que en lugar del germanoide Leberwurst-pepino-pan negro (herencia de mi primer concubinato) me preparé un heterodoxo aunque no por eso menos interesante Leber-queso-palta con pan blanco, me acomodé en la silla y di por comenzada la función.

Es extraña. Como extraña fue la sensación de sentir simpatía por un sujeto del todo ajeno a mí. Budista, en plan de búsqueda espiritual, con certezas en lugar de preguntas, con una consciente seguridad acerca de nuestra existencia y del orden divino. Y sin embargo también estaba aquello que me acercaba; su sentimiento de que la vida moderna carece de algo, que hay algo que no cierra y, finalmente, su viaje para encontrar ese algo que sí, está dentro suyo, pero que al mismo tiempo requiere salir de su mundo, abandonar la ciudad y retirarse. Si todo aquello me acercaba a él, más me acercaba a su hermano, un profesor de filosofía que atónito observaba toda esta crisis elaborando hipótesis psicoanalíticas para explicar el errático comportamiento de su hermano. Más o menos huraño, cientificista, ajeno a las necesidades religiosas de los demás, algo tímido, medio boludón, siempre mirando con una mezcla de lástima y superioridad a quienes cruzándose en su camino le manifestaban alguna religiosidad… tan racional y tan … como yo en tantos aspectos que hizo que la historia me pareciera mucho más cercana de lo que me hubiera parecido en otras circunstancias.

miércoles, 1 de julio de 2009

Día de elecciones

A veces me descubro en medio de nuevos hábitos y me asusto. Me asusto al pensar que, aunque no sienta que estoy acá desde hace tanto, ya tuve el tiempo suficiente como para crear nuevos hábitos, producirlos y reproducirlos. Tres años y medio… Siempre pensé que iba a ser un momento clave. Alguna vez leí que a los tres meses se pasa por la primera crisis de adaptación a un lugar. La segunda llega al año, la tercera, a los tres…

De crisis, por ahora ni hablar, pero sigo sin saber si es este el lugar donde quiero pasar el resto de mi vida. Eso sí, aún siento que este es el lugar donde quiero estar ahora. Bueno, no del todo, ahora quiero estar en la playa en una isla en el Egeo, o en Hawai. Calor, en la playa, calor todo el día, entrar en el mar y nadar… Pienso que es lo normal en esta época del año … bermudas y ojotas durante todo el día, sin campera, sin medias térmicas, sin bufanda, sin camiseta, sin guantes; en fin, sin tener más capas que una cebolla que se va pelando para acomodarse a la temperatura del lugar donde se encuentra… Pero, a pesar de eso, este es el lugar donde quiero estar (inmediatamente después de la playa paradisíaca, obvio).

En este caso me encontré a mi mismo en medio de mi nuevo hábito electoral. Antes la costumbre hubiera implicado que debería haberme levantado a las 9.30 o 10 para ir a la radio. Me quedaría en la radio tomando mate con Pedro, Lara, tal vez Chili y es posible que incluso Nati Guarnacci. Luego habría de salir con rumbo a alguna escuela de Bernal o de Don Bosco para hacer un poco de móvil y, alguna que otra vez, un par de encuestas a boca de urna. Con suerte habría de volver a almorzar a casa y salir con mi papá y mi hermano para ir a votar a algún incómodo rincón de Quilmas oeste, por demás a tras mano. De allí a la radio otra vez y desde ahí rápido para llegar antes de las 6 de la tarde a alguna escuela para transmitir el recuento de votos. En general me tocaban las de Ezpeleta o Quilmes oeste, así que hacia allí partía con celular provisto para la ocasión. Miraría por las ventanas de las aulas para obtener algún dato, respondería un par de preguntas de Pedro avisándole que aún no había novedades, hasta que llegaría finalmente el momento en que llamaría desesperado y trataría de pasar la mayor cantidad de mesas posibles, cruzando los dedos para que la batería del teléfono fuera suficiente, respondiendo preguntas de la mesa y contando algún que otro dato anecdótico.

Programa especial, día de elecciones. Clásico de Radio Quilmes para los domingos electorales. Debo reconocer que lo extrañé un poco. Extrañé hacer un móvil, tratar de hacer cuentas, arriesgar resultados, volver a la radio, cenar comiendo pizza para festejar el fin de la transmisión, la presión, las corridas, los llamados, las carcajadas de Pedro al otro lado del teléfono, escuchar el reporte de mis compañeros/as …

Y lo extrañé porque mi nuevo hábito de elecciones es notablemente más aburrido. Salir abrigado de casa, caminar en dirección a la estación de policía, hacer una relativamente rápida cola, presentar mi documento, responder que no voto porque aún no aparezco en el padrón electoral local, firmar la presentación policial y recibir las instrucciones a seguir. Sí, lo sé. No es divertido, no me siento orgulloso de mi nuevo hábito. Mi tarea para el próximo año será, entonces, tratar de modificarlo para la próxima. Después de la próxima elección veremos cómo me fue.

Ah, me olvidaba, en Bariloche ganó el ARI.

viernes, 26 de junio de 2009

Como un nene de 10 años

No sé cuánto pero hace ya bastante que tengo tarjeta electrónica para el colectivo. Por suerte (y claro también, por desgracia) acá sólo hay dos compañías de colectivos. Así que con dos tarjetas ya tenés cubierto el 100% de las líneas de colectivos.

Cuando tenés tarjeta no te dan boleto, así que perdí la oportunidad de seguir acumulando rollitos de boletos en mis bolsillos y mochilas. La verdad es que cuando lo veo de ese modo, pienso que es mejor así. Aunque debo admitir que los boletos tienen su costado romántico. No los boletos de máquina electrónica que salen en papel de fax, blanco y negro, donde ya nadie mira el número que le toca. Me refiero a boletos como corresponde; de colores, verde, azul, amarillo, rosa… y a veces también a rayas diagonales; blanco y azul o blanco y verde.

Cuando había llegado a Bariloche le prestaba bastante atención al tema. Casi, casi que vuelvo a coleccionarlos. Y de hecho creo haber empezado aunque, seguramente, en alguna locura de orden deben haber ido a parar todos a la basura. Me acuerdo que al principio de este furor de (re)encuentro con los boletos miraba siempre, buscando el capicúa. Y siempre estaba ahí… dos números después, cinco números antes, siempre cerca pero nunca capicúa. Claro que en algún momento debe haber terminado la racha, me salió un capicúa, me sentí un nene de diez años otra vez y me olvidé del tema. Bueno, tanto no, porque algún tiempo después escribí un cuentito sobre boletos y viajes en colectivo. Eso desencadenó que volviera a escribir, o más bien, que intentara hacerlo. Y aún, cada tanto, vuelvo a escribir aunque no está muy claro con qué fin.

La cuestión es que hace unos días salí de la escuela poco después de las 5 y algo, fui al súper y mientras regresaba caminando, a la altura de la parada del colectivos que está atrás de club andino, veo que pasa algo rojo y amarillo. Comenzaba a lloviznar. Lo pensé medio segundo y me subí. Busqué rápidamente mi tarjeta pero no la encontré. Me fijé en los bolsillo, nada. Encontré un billete de dos pesos y pagué con eso; el colectivero me alcanzó el vuelto y el boleto. Agarré ambos, los puse en mi bolsillo, levanté las bolsas con mis compras y me fui hasta el fondo del colectivo.

De pronto, me acordé del boleto. Hacía tanto tiempo que no me daban boleto que no me había dado cuenta de fijarme. 17671. Capicúa.

martes, 23 de junio de 2009

Chango más, chango menos ...

Tema principal del diario local por una par de días, recibió horas y horas de atención radial y también fue el eje de discusiones y charlas en (casi) todos lados; ¿Wal-Mart sí o no?

Argumentos hay a favor y en contra y el tema requirió debates públicos, una serie de charlas en contra, bocinazos de opositores a la instalación de la cadena en Bariloche y manifestaciones a favor y en contra. La cuestión, finalmente, será definida a través de un referéndum, más como una forma de insistir luego de la votación adversa en el Concejo Deliberante que por la convicción de los ediles, que inicialmente habían desestimado la posibilidad de definir la el tema vía plebiscito.

En realidad hay un par de cosas interesantes. Wal-Mart no es Wal-Mart. Sí, parezco loco, y a lo mejor lo estoy, pero este no es un síntoma de eso. El Wal-Mart de Bariloche será un “Chango Más”. ¿Habrán pensado que nadie sabría que detrás de eso está Wall Mart? No lo sé. Pero chango más, chango menos, Wal Mart, con desdoble de personalidad quiere instalarse en Bariloche. Y tan pronto como se conoció la noticia comenzó la polémica.

Wal Mart quiere instalar un edificio de un tamaño mayor del que está permitido, lo cual generaría que, de aprobarse su instalación, habría que modificar la ordenanza que regula la instalación de los supermercados. Pero el debate de fondo era más fuerte. Había quienes se referían al modelo de ciudad que Bariloche quiere tener. Wal Mart, Mc Donalds, Hilton dinamitando la cumbre de un cerro para instalar un mega hotel de superficie mayor de la permitida… Ciertamente yo no vine a vivir a Bariloche para encontrarme con eso. Afortunadamente no soy el único.

Pero el debate no se limitaba sólo a eso. “Wal Mart explota a sus trabajadores”, decían algunos, “Wal Mart traerá precios más bajos”, respondían otros. Había quienes sugerían que el super “arruinaría a los comerciantes locales” y quienes entendían que “estimularía la competencia”. Pienso que nadie duda del grado de explotación de la mano de obra que produce las líneas textil y blanca de estas compañías. “Lo mismo pasa con otras compañías y nadie prohibe las cadenas de zapatillas”, retrucaban algunos. De todos modos, ni esta ni otras compañías son reconocidas por su trato cordial a sus empleados, sino más bien por lo contrario.

Para cuando terminé de definir mi posición (sí, tengo una tendencia horrible a tomar posición en cuanto conflicto se me cruza) me di cuenta de algo que me pasa a menudo. Otras personas que tienen la misma opinión tienen intereses muy diferentes de los míos. Pienso que así pasó en este conflicto; en contra de la instalación del super había organizaciones ecologistas, asambleas de vecinos, pero también la cámara de comercio y las grandes compañías locales. A favor estaban quienes propician la transformación de Bariloche en un centro de consumo a lo yanqui, pero también algunos vecinos de los barrios más pobres que lo ven como una posibilidad de tener un supermercado cerca de su casa a precios más baratos.

Quienes están a favor aducen que su instalación aumentará la oferta, habrá más competencia y nos beneficiaremos los consumidores. Ya no entiendo como esta mentira sigue surtiendo tan buen efecto. Claro, en la teoría es muy entendible pero, y las privatizaciones argentinas sirven como ejemplo, la “competencia” no necesariamente genera una baja de precios, y muchos menos en el largo plazo, cuando los gigantes terminen de destruir a los más pequeños. En general se da comienzo así a una etapa de monopolio, o, en el mejor caso, oligopolio, dándole la posibilidad a unos pocos a controlar todo el mercado. Obvio que no me gusta opinar igual que la cámara de comercio y las cadenas de supermercados. Pero tampoco quiero vivir en una ciudad donde todo empiece a pasar por el consumo envasado en el modelo estadounidense. Y pienso que ni quienes vivimos en Bariloche, ni quienes vienen como turistas buscan eso…

Presiones a favor, presiones en contra, hubo un empate en la votación en el concejo deliberante. Igual cantidad de votos a favor, igual en contra. En un clima raro, donde se comentaba que tanto las cadenas existentes como la que esperaba instalarse habían adornado funcionarios, el empate virtual desempolvó una propuesta que algunos opositores al proyecto habían hecho; hacer una consulta popular y que los ciudadanos decidamos. O, más bien, decidan, ya que a pesar de tener desde hace dos años el DNI de la provincia de Río Negro (tramitado desde Bariloche) sigo sin aparecer en los padrones electorales.

domingo, 21 de junio de 2009

Domingo invernal

El viernes había vuelto a nevar. En realidad había sido una nevada mucho más importante que la del domingo anterior, pero después de las 6 apenas quedan vestigios de la nieve en el centro de la ciudad. En casa, por el contrario, la evidencia era innegable. Los techos todavía blancos, también nieve en los jardines, aunque para el sábado a la mañana comenzaba a derretirse la nieve que estaba en las copas de los árboles.

A lo largo del sábado el clima no mejoró en absoluto, pero tampoco nevó. El viento sólo traía frío y, de tanto en tanto, algunos copos que, imaginábamos, habían sido arrancados de la copa de los cipreses del cerro Otto. Me fui a dormir con la idea de que despertaría para encontrar un manto blanco sobre Bariloche.

Por la mañana no había ruidos, me acomodé en la cama y traté de distinguir el sonido de los autos en Pioneros. No se escuchaba como cuando nieva, no se escuchaba ese silencio extraño que absorbe los sonidos. Pensé que sólo sería una mañana tranquila. Después de todo es domingo. No veo porque no debería ser así.

Claro que sí sentía el frío y retrasé mi salida de la cama por un tiempo hasta que me fue imposible quedarme. Me asomé a la ventana. Casi ni quedaban rastros de la nieve. Había estado lloviznando antes y se había lavado casi toda la nieve.

Bajé a la cocina, puse a calentar el agua, me serví yogurt y empecé a ordenar los platos y los cubiertos de la cena de la noche anterior. Entre mate y mate y con Mercedes Sosa de fondo empecé a limpiar la mesada y para cuando quise darme cuenta había limpiado la cocina, el piso de la cocina, había barrido la escalera, el estudio y el comedor. Sí, sé lo que están pensando y no soy tan eficiente como para hacer eso con un CD… es que me había comprado un disco doble de Mercedes Sosa, tenía 40 temas, así que me acompañó durante todo el trabajo. Para cuando empecé a limpiar el baño me percaté de que estaba cayendo un aguanieve que poco a poco iba espesándose…

Al cabo de media hora había comenzado a acumularse la nieve en el jardín, en los techos de las casas y de los autos. La calle, toda mojada y llena de charcos todavía requiere un poco más de tiempo. Es difícil que se acumule la nieve porque nieva, para, cae agua nieve y vuelve a nevar… Pero algo es seguro, tímida pero definitivamente, la temporada queda inaugurada.

sábado, 20 de junio de 2009

A sala llena

Era un miércoles. Había salido del trabajo a la una (No me escapé; estamos con sistema de medio franco semanal. Léase, una tarde libre por semana) así que había llegado poco después a casa. No me había cambiado porque tenía que volver a salir. Me dediqué a terminar algunos trabajos y, cuando se hizo la hora, salí de casa.

Ya era de noche, ahora anochece mucho más temprano -a las 7 ya está oscuro- y mientras bajaba con rumbo al pueblo veía las luces de la ciudad a lo lejos, el dibujo del damero que hacía la iluminación de las calles y más allá la estepa. Mi destino, la Expo universidades.

La expo es una feria donde hay representantes de universidades públicas y privadas, de la región y de otras ciudades. Además de los stands de la universidades hay charlas y paneles. Mi función era, una vez más, estar en el panel de ciencias sociales para responder preguntas sobre Ciencia Política.

Todavía no tengo muy claro porque me invitan. O mejor dicho, tengo bastante claro porque me invitaron a la primera, lo que no sé es porque reinciden. La primera vez que me invitaron creo haber planteado dudas en la vocación de más de uno/a, tirado un par de pálidas y trasladado mis propios planteos sobre la carrera. Estructura de la carrera, debate al interior, tensiones, discusiones entre tradiciones diferentes.

Me volvieron a invitar. Al segundo año me tocó compartir panel con psicología y trabajo social. Pienso que estuvo bueno porque cada uno describrió más someramente lo suyo y dimos más tiempo para preguntas.

En las charlas anteriores siempre había intentado transmitir no sólo un panorama general del plan de estudio de la UBA, sino también un poco las orientaciones existentes y las tensiones y debates que hay al interior de la academia. Además, algunas advertencias. “A diferencia de otras carreras, jamás van a abrir un diario y encontrar un aviso que diga BUSCO Licenciado/a en Ciencia Política” es una de las frases armadas que uso para introducir la cuestión del campo laboral. También advierto acerca de la importancia de las relaciones, el lobby y los vínculos. No para obtener “algo de arriba”, sino más bien para enterarse de las posibilidades. Mi experiencia tiene que ver con eso (bueno, más bien su falta) y la perseverancia. A veces cuento como la volvía loca a la adjunta de Historia Contemporánea para que me aceptaran en la cátedra. Bueno, no es que la volviera loca, es que tenía que insistir e insistir, hacerle recordar, volver al ataque una y otra vez. Ella estaba sobrecargada de trabajo y problemas y yo no ocupaba ningún lugar en el TOP 10 (Pienso que tampoco entraba entre los 50…) de sus preocupaciones.

Esta vez compartía el panel de ciencias sociales con gente de socio(logía), comunicación y antropología. Los años anteriores el panel de ciencias sociales estaba desdoblado en dos. Parece que este año había menos interés. No los/las puedo culpar. Así que precavido por el menor interés me dirigí al aula con Ailín, organizadora de la jornada y representante itinerante de sociología y filosofía ...

Sorpresa. Una sola persona. Esperamos cinco minutos más. Nadie por aquí, nadie por allá. Todavía faltaba media hora para que llegara un grupo de tres o cuatro interesados/as más. Llegó el flaco de comunicación. Los tres nos miramos un segundo. “Bueno, empecemos”, propuso Ailín. “Dale”, respondí. Nos miramos y lo miramos a nuestro único espectador. Los tres nos sonreímos. “Contanos cuál es tu idea”, le propuso mi compañera de panel a nuestro, hasta entonces, único asistente...

martes, 16 de junio de 2009

La primera nevada

Había pasado todo el sábado sin salir de casa. Hacía frío, había neblina, humedad, estaba un poco ventoso. No Había encontrado ninguna excusa que me hiciera abandonar el calor del hogar así que no salí en todo el día. Para el domingo a la tarde ya estaba un poco cansado del encierro. Afuera el viento soplaba y la temperatura no parecía ser muy diferente de lo que había sido el sábado. Busqué abrigo y salí de todos modos. Tendí la ropa, tarea que había ignorado sistemáticamente y que ya no podría ser retrasada y me dispuse a caminar con dirección al cerro. Después de algunos metros busqué en mi bolsillo ese aparato que me relaciona con buena parte del mundo. Les escribí a Juampi y a Sissi para saber si no tenían ganas de ir a la Cruz a tomar unas cervezas.

Mientras esperaba su respuesta seguí caminando. Las manos en los bolsillos, la campera cerrada, la cabeza cubierta con la capucha de mi buzo… Seguí avanzando hasta recibir respuesta. Debía seguir con el rumbo hasta el kilómetro 4. Es un recorrido que conozco casi de memoria. En primavera y verano hago esa ruta cuando salgo a correr. El resto del año la camino con algunas variantes.

Los chicos estaban en su casa, sobre la mesa un rompecabezas que se esmeraba en no ser armado. Frente a él un chica que luchaba con las fichas para que entraran donde se suponía que debían hacerlo. Nos quedamos un rato adentro hasta que salimos…

Cuadras, hosterías y colectivo de por medio llegamos a destino; la cervecería La Cruz, uno de esos lugares que sin ser fastuoso, pretencioso o espectacular tiene el clima ideal para que te sientas cómodo. Bueno, no funciona con toda la gente, afortunadamente, pero si conmigo y, al parecer, también con los chicos.

Nunca habíamos pensado en la posibilidad. Lo dimos por sentado y, al parecer, no acertamos. El lugar estaba cerrado, y un cartel negro escrito con tizas de colores nos explicaba: “Domingo y Lunes CERRADO”. Comenzamos a caminar para volvernos. El frío se hacía sentir, aunque la noche parecía la menos apropiada para una nevada; pocas nubes, algo de viento. Reorganizamos nuestro plan y, previo paso por el supermercado, llegamos a la casa de los chicos. Mientras las cervezas se enfriaban, preparábamos mate y organizábamos la picada. Cruzamos comentarios varios, trabajo, amigos, la nieve que se hacía esperar, y entre mate, queso, papitas, maníes y cerveza se iba haciendo la hora de la cena.

Juampi ya se había bañado cuando nos sentamos a cenar. Y entre nuestras risas y comentarios comenzaron a colarse algunos ruidos del viento agitando las copas de los árboles. Sissi había vuelto al rompecabezas cuando descubrimos que lloviznaba. Era casi la hora de mi colectivo cuando salí. En teoría me encontraba con Matías para hacer algo en el centro después de esperar por unos pocos minutos el colectivo. En la práctica, esperé unos cuantos minutos más, y me dirigí a casa ya que había sido informado que mi compañero de andanzas no se sentía del todo bien.

Luchando con la llovizna y la oscuridad para saber cual era mi parada me bajé en casa más por intuición que por la evidencia visible. Crucé el baldío que nos separa de la ruta y, rápido, me metí en casa. En el dormitorio me reencontré con un panorama que había reprimido en mi memoria; esa mañana había sacado las sábanas de mi cama para lavarlas. No había querido poner las limpias y ahora pagaba el precio de mi fiaca.

Como siempre, encontrar un juego completo de sábanas es una misión que requiere sacar el 80% de las sábanas del placard. No sé por qué. No es estadísticamente posible que sea necesario sacar tantas sábanas para armar un juego; a la que tiene la funda de la almohada le falta la parte de abajo, la que la tiene, no tiene la de la almohada. Me requirió un rato dar con un juego entero. Otro rato más se fue en armar la cama hasta que, finalmente, estuve a punto de meterme en la cama. Justo entonces descubrí que las cortinas estaban altas, así que me acerqué para bajarlas y fue en ese momento cuando, tal como había sido pronosticado pero en contra de lo que señalaba el sentido común, estaba nevando. No eran copos tímidos o agua nieve, sino que claramente eran copos, húmedos, es posible, sí, pero nieve en fin que comenzaba a acumularse en la calle, los autos y los techos. Busqué mi celular. “Miren por la ventana”, escribí. Seleccioné como destinatario el teléfono que usan Sissi y Juampi (y que así figura en mi agenda de direcciones). Sonido de error. Algo no funcionaba, así que volví a intentar el proceso por segunda vez. Error nuevamente. Deduje que no tendría crédito… pero tenía que avisarle a los chicos… ¿y si ellos no miraban por la ventana?. Miré yo por la mía y sentí la certeza; tenía que avisarles. Entonces recordé que hay un servicio en el cual te prestan crédito a descontar de tu próxima carga. Pienso que por primera vez me alegré de que las compañías (que sólo ofrecen prestaciones para complicarles la vida a los usuarios y sacarles más dinero del que usualmente le sacan) ofrecieran este servicio. Seguí la voz de una mujer, bueno, en realidad de una máquina con la voz grabada de una mujer y cumplí el proceso. Les envié el mensaje. 5 Minutos después recibía los mensajes de los chicos que veían los copos, de Matías que también veía nevar desde la ventana de su departamento. Me acomodé entre las frazadas y me dispuse a dormir al calor de mi cama.

domingo, 24 de mayo de 2009

Pequeñas manías

Cada tanto me pasa. Me levanto un sábado o domingo relativamente temprano, bajo a la cocina y empiezo a preparar el desayuno. Miro por la ventana. Todo sigue en su lugar. Agarro una pava y la pongo sobre el fuego. Entonces veo que la cocina -sin llegar a estar sucia- tiene algún rastro de la cena de la noche anterior. Entonces algo pasa y comienzo; normalmente empiezo por el horno, luego por la mesada, barro y paso el trapo. Paso al living. Generalmente lo que más me cuesta es el baño, pero nunca termina mi brote de limpieza sin una limpieza relativamente profunda.

Nunca pensé que iba a volverme maniático en el orden y la limpieza de ciertas cosas. No es que lo sea, pero a veces me sorprendo a mi mismo. La habitación sigue siendo, claramente, uno de los espacios por excelencia para el desorden, pero en el último año incluso los días de orden han comenzado a acercarse y no son más episodios esporádicos.

¿Qué pasó? Si todavía recuerdo como reciente el episodio donde Juan me bautizó como “ropavejero”. Lo veo tan claro. En el rancho que habíamos alquilado en Cabo Polonio. Juan sentado en uno de los bancos donde alternadamente dormíamos los varones y nos sentábamos para almorzar. Yo parado en la sección “placard” de nuestro rancho, sacando bolsas de consorcio con mi ropa y tratando de encontrar algo. No hubo vacaciones donde no resurgiera el tema. Pero … ¿Qué pasó? Si siempre fue un tema de bromas por parte de Pablo el desorden crónico de mi pieza en Quilmes, si durante algún tiempo mi ropa vagaba de un punto al otro de la casita, a la deriva por las habitaciones.

No es que me haya convertido en un oligofrénico, desesperado por la asepsia. Sé que no. No es que la casa se haya vuelto un museo. Por el contrario, creo que la casita es un lugar vivible, con cosas para usar. Sé que no he llegado al extremo de vivir en un lugar perfecto, constantemente y sistemáticamente ordenado y descontaminado. Pero es raro que pase una mañana sin que acomode los almohadones del sillón del living. Sé que es divertido para muchos/as también acomodar el sillón y ver que algunas horas después los almohadones fueron re-ubicados. Hay quienes piensan que la tendencia de poner cuanto producto se cruce en mi camino en frascos de vidrio tampoco puede ser explicada racionalmente. Tengo tendencia a encender velas y sahumerios, poner agua en latas sobre las estufas para que el aire del ambiente no se reseque. No sólo eso, también tengo esencias para los que el agua que se evapora esté perfumada.

Es curioso, pero hay espacios que no me generan ningún ataque. Las ventanas son un buen ejemplo. Pienso que sólo una vez las limpié. Es sabido que en casa, cada vez que se limpian las ventanas va a llover pronto. Angie, principal crítica de la falta de limpieza de las ventanas (antes de venir a vivir aquí) ha adoptado la premisa como propia. Es Ley de Murphy, decimos. Y lo que es peor; no falla. La heladera es otro espacio misterioso. A pesar de los raídes a que es sometida, sigo encontrando de tanto en tanto algún tupper cuyo contenido había sido casi olvidado.

Pienso que es en el baño donde hay más detalles capaces de desencadenar brotes psicóticos de limpieza y orden. Encontrar la mesada del baño mojada es una de ellas. Encontrar agua en el piso del baño me pone de un humor terrible. No es ni siquiera necesario detallar el efecto que me genera encontrar pelos en la ducha. Pero si yo antes no era así… Me es inútil tratar de pensar el momento en el que se generaron estos cambios de hábitos. Quiero imaginar que deben estar relacionados con la salida del hogar y la independencia. Es cierto que el hecho de hacer la limpieza me obliga a tratar de mantenerla de un modo más… “consciente”, por decirlo de algún modo. Pero si fuera eso, creo que no habría ningún problema. Pero sé también que mi carácter cambia. A veces pienso que es normal, otras no estoy tan seguro. Tengo algunas hipótesis sobre este cambio de hábitos. Hay costumbres cuya adopción le debo a Lara, hay fobias que les debo a algunos/as de los/las múltiples estudiantes que pasaron por casa, pero sé que sólo yo soy responsable de los cambios de mi carácter. Hay cosas nuevas que descubro que me gustan, hay otras que me hacen pensar que “no quiero ser así”.

Ah, me olvidaba, hoy no llovió.

sábado, 23 de mayo de 2009

El Octavo día

Después de siete días pensamos que había terminado. Luego de una semana ininterrumpida, para el sábado a la mañana la esperanza había renacido. El cielo estaba un poco nublado y casi ni se escuchaba el viento soplando. Pensamos que iba a terminar. Estábamos equivocados.

A las dos de la tarde del sábado la ilusión había terminado. Por octavo día consecutivo llovía en Bariloche…

Lloviznó un poco y paró. Sin embargo hace un par de horas volvió a escucharse el sonido que nos acompaña desde hace ahora ocho días. Ya estamos acostumbrados. Con que no diluvie y de vez en cuando se hagan algunas pausas nos damos por satisfechos.

Luego de una semana donde se alternaron lloviznas y días fríos pero con un cielo aceptablemente despejado, hace ya dos viernes comenzó a llover. No una lluvia tímida, una llovizna pasajera. Llovió con ganas de llover. Si Drexler tiene razón y cuando llueve el pasto se pone contento, seguramente ese día el pasto desbordaba felicidad. Y claro, nosotros nos habíamos puesto a cubierto.

Al segundo o tercer día de lluvia el bramido del viento empujando la lluvia para golpear contra el techo y las ventanas de la casita empezó a sentirse con más fuerza. Hasta que, eventualmente, el ruido que nos había parecido primero como el ulular de las mancuspias comenzó a ser parte de lo cotidiano. Comenzó a molestar menos y menos hasta que casi no pudimos distinguirlo.

Por eso hoy a la mañana tuve que mirar hacia el cielo gris para comprobar que no llovía. Ya no nos guiamos con el sonido que producen el viento o la lluvia. Los dos se mezclan y no podemos diferenciarlos. Así que miré por la ventana de la escalera y no vi signos de lluvia. Seguí bajando y fui a la cocina. Espié por la ventana… Comprobé que los charcos de agua que cubren buena parte de la calle no daban muestras de que estuviera lloviendo. Me animé a mirar hacia el cielo; algunos retazos mas o menos celeste se entreveían entre las nubes, y a los lejos los se veían algunos cerros con un poco de nieve. Parecía que luego de una semana las nubes habían descargado toda su agua. Parece que estábamos equivocados. Nosotros seguimos a cubierto, el pasto sigue contento.

viernes, 8 de mayo de 2009

Volver al futuro

¿Por qué tenemos la necesidad de contar en orden cronológico? ¿Por qué me resisto a escribir sobre algo anterior al último post? ¿Por qué me cuesta tanto romper con el orden (crono)lógico de los acontecimientos?

Hipótesis me sobran, aunque me costaría demostrarlas. En todo caso tampoco necesito hacerlo. No me senté a escribir pensando en el ordenamiento lógico de los eventos. No. Aquello que me impulsa es más bien la intención de cerrar el capítulo de despedida de Sabrina. Por alguna razón siento que esta es una buena forma de cerrar el ciclo que marcó su llegada. En buena medida porque también coincide con el período de verano que también llega a su fin. Ya lo sé. El verano ya terminó, pero sin embargo podría decirse que durante abril sigue viva la temporada de travesías y caminatas. Y ahora empezamos a transitar el mes de mayo y las hojas comienzan a cubrir veredas y jardines, que la temperatura baja por las mañanas y que pronto comenzaremos con las heladas ya no quedan dudas, otro verano ha terminado…

Pienso que una buena parte de esta temporada ha estado marcada por su presencia. Compartimos Navidad y Año Nuevo, caminatas y salidas y más de tres meses de trabajo. En su despedida (la última) nos regaló fotos con diversos episodios de su estadía, y es increíble ver en ellos cantidad de personas y un sin fin de situaciones que casi había olvidado. Mejor dicho, no es que las hubiera olvidado, es que las había dado por naturales, que había dado por sentado que siempre estaría allí. Con mi hermano, con Pablo y Flor, con Sissi y Juampi, con Dolores, con nuestros “hijos”, con estudiantes, más tarde con Lara y André, con medio Quilmas en el casorio, y por supuesto, con Migu, con Matías y con Angie. Tanta gente hacen que tres meses parezcan pocos.

Tal vez me equivoque, pero pienso que en total tuvo como cinco eventos de despedida, a saber; una cena con la gente de la escuela “La Montaña”, una cena en casa, un trekking al día siguiente, la cena en lo de Mara, la última noche en Antares. También tuvimos un almuerzo en Mamushka el jueves Santo, también fuimos a Patanuk a tomar unas cervezas esa tarde. “Hoy tenemos despedida de Sabrina” se convirtió en una frase habitual en nuestras conversaciones, al menos en las mías. Ella también necesitó del período de duelo. Atrasó su estadía en Bariloche, lo postergó hasta el límite y finalmente ya no pudo seguir prolongando su estadía. “Fueron unos meses increíbles”, nos dijo cuando se despidió por última vez en la terminal de ómnibus. Y así subió al micro que habría de llevarla a Buenos Aires. Se va feliz y triste al mismo tiempo. Feliz por la experiencia, los recuerdos y las memorias, triste porque la aventura llegó a su fin. Pero también feliz por volver a ver a su familia, amigos, su ahijado. Se va enojada con el correo que no funciona, con la indecisión casi constante de los argentinos; se va contenta porque muchas veces esa indecisión va de la mano con la espontaneidad que le da posibilidad de no tener planes y, sin embargo, saber que puede llegar a cualquier hora a cualquier lugar y organizar algo, con la informalidad de no tener que generar planes de etiqueta, con conocer a alguien y quedarse tomando mate y charlando como si fueran íntimos. Se va con ese sabor agridulce que nos dejan las cosas que no nos son indiferentes… Por alguna razón, intuyo que va a volver.
Uno de los últimos días de Sabrina en la escuela... Con parte del equipo docente y los Peques haciendo de fondo.
En la cena de despedida organizada por la escuela en Map Room
Con Matías y conmigo en el deck de Patanuk el jueves santo...

Accidente en la estepa


lunes, 4 de mayo de 2009

Fin de semana en Ñirihuau

Viernes 17 de abril

Es de noche. Los días ya son más cortos y a las 20.30 ya es de noche. La mesa está preparada para siete. Sobre la mesa, el mantel que nos regaló Chili, También hay portavelas y servilletas al tono. Fanales encendidos, música de fondo. Desde el horno una aroma se expande hacia el resto de la casa. Es la lasagna que preparó Angie para la ocasión. En la heladera se enfría el mousse de chocolate hecha con toblerone blanco que hizo Sabrina.

Esperamos a Matías para empezar a comer. Mientras tanto tratamos de organizar los planes para el día siguiente… Hay un cambio, descartamos la idea originaria de ir a Bahía López y, en su lugar, organizamos un día en Ñirihuau, en la estepa.


Sábado 18 de abril

Anoche tuvimos en casa cena de despedida de Sabrina. Hoy me desperté mientras Angie y Miguel aún dormían. Aprovecho que es de mañana y en la casa se respira una quietud increíble para leer y ponerme al día. No tengo mucho tiempo, pero en una hora y media logro avanzar bastante, acompañado de mate y Piazzola.

Escucho que hay movimientos en la casa, la gente se despierta y se dispone a comenzar sus planes. Me apuro a prepararme el almuerzo que debo llevar, caliento el agua para el mate, armo la mochila. En media hora necesitamos estar en el centro para tomar el 71, con rumbo a Dina Huapi. Nuestro primer destino, el cruce de la ruta que va hacia el Limay con las vías del tren. Allí deberíamos bajarnos y continuar avanzando sobre las vías hasta llegar a la estación “Ñirihuau” y el puente sobre el río que lleva el mismo nombre.

Apuramos el paso para llegar en el horario indicado. Nos acercamos a las “5 esquinas” (Léase, la esquina de “Soul” y la “Feria Americana”). Recibo un mensaje. Matías no viene. Una serie de razones que hacen las veces de innecesarias explicaciones tratan de excusarlo. No hay problema. Nadie lo obliga.

Llegamos a la parada; poco después Sabrina hace lo propio. Nos disponemos a subir a nuestro colectivo hasta el punto indicado. No hace frío pero el otoño se respira en el aire. No puedo evitar pensar en “Stand by me” cuando empezamos los cuatro nuestra marcha por las vías del tren. El camino no es largo y nos ofrece vistas de la estepa, del lago, de las montañas a nuestras espaldas y de los álamos, amarillos por doquier.

Pasamos junto a unos vagones descarrilados. No podemos evitar jugar con ellos y sacarnos fotos cual accidentados… Seguimos el camino entre comentarios y bromas. Ya no queda mucho. El pasto está amarillento y los coirones, pardos. Llegamos al puente del tren que cruza el arroyo y nos desviamos hacia la derecha, en busca de una playa sobre el Ñirihuau para almorzar hasta que finalmente decidimos cruzar el puente e investigar en la otra costa.

La investigación se limitó a la búsqueda de un buen lugar para merendar. Angie y Miguel aprovecharon para seguir jugando al “pescador”, tarea que habían comenzado en nuestra locación del almuerzo y que se suspendiera cuando una avispa le picara a Angie en el dedo. A pesar de que a través del agua color verde del río podíamos ver gran cantidad de truchas, los esfuerzos para capturar alguna concluyeron con una notable falta de éxito. Ninguno tampoco tenía esperanzas de poder capturar “la cena”. Y así pasó la tarde hasta que fue la hora de volver al pueblo, como dicen (¿decimos?) los locales para al referirse al centro de la ciudad. Así terminaba otra de las despedidas de Sabrina, quien ya se preparaba para volver a Suiza.

jueves, 30 de abril de 2009

Diarios de un profesor de español. Parte II

Jueves 23 de abril

Observación de campo: Revisar mis concepciones sobre las fiestas sorpresa

Sabrina no sospechaba nada. No sé cómo ni porque pero no sospechó acerca de nuestras inverosímiles excusas para no ir a cenar esa noche a su casa.

Angie, Miguel y yo habíamos llegado a la casa de la anfitriona y “homestay” de Sabrina, Mara, algunos minutos antes de las nueve. Empezamos a poner la mesa mientras esperábamos la llegada del resto de la comitiva. Pronto deberían llegar mis compañeros/as de trabajo; Gloria, Flavia y Fernando. La trouppe habría de completarse con Ron, nuestro jefe. Finalmente habrían de llegar Sabrina y Matías, cuya tarea era entretener a la suiza para que llegara más tarde. Pienso que nunca le habíamos asignado a Matías una tarea para la que estuviera mejor preparado. Si alguien habría de retrasarla y que pareciera natural, pues bien, ése era él.

Efectivamente cumplió su tarea al pie de la letra y para cuando Sabrina entró en la casa, nosotros ya estábamos escondidos/as en el living. “¿Qué es esto?”, escuchamos en la voz inconfundible de Sabrina. “¿Qué pasa?”, volvió a preguntar casi al instante. En ese momento aparecimos gritando. Pienso que jamás lo había sospechado, o al menos bastante bien nos convenció de eso.

Había de todo para comer, así que no discriminamos a nada ni a nadie y nos dedicamos a la tarea que debíamos completar; arrollados de queso con ciervo o trucha ahumada, quesos saborizados, luego ensaladas y finalmente, fideos con salsas varias. Entre ellas merece especial mención la salsa de hongos con panceta de Mara. Esa misma noche descubrimos que no por casualidad era ésta la comida favorita de Sabrina. (En vano voy a tratar de imitarla ya que nuca podré reproducirla. Pero no por eso voy a dejar de intentarlo)

Comimos, hablamos, tomamos, reímos y nos divertimos. Y comimos y hablamos. Y comimos y nos reímos … y así seguimos hasta que se hizo la hora de dejar a Sabrina, que ya había entrado en la cuenta regresiva para abandonar Bariloche con rumbo a Buenos para tomar finalmente su avión a Suiza. De todos modos, no fue esta la primera ni sería la última despedida de nuestra amiga. Pero eso queda para otro post…

lunes, 27 de abril de 2009

Diarios de un profesor de español. Parte I

Miércoles 22 de abril.

Son las 8.05 de la noche. Ya no sé si llueve, si estamos inmersos en una nube o si se despejó pero las ventanas insisten en permanecer empañadas. El viento golpea las despobladas copas de los árboles. No distingo si es el ruido de la lluvia o el del viento que hace caer el agua que está en las hojas de los árboles. Ya terminé de leer y decidí hacer una pausa mientras esperamos a que nos vengan a buscar. Hoy tenemos una cena en la casa de familia donde se hospedó Sabrina durante todos estos meses en los que vivió y trabajó en Bariloche. En teoría es sorpresa. En teoría se supone que cuando lleguemos, deberíamos sorprenderla. Pienso que sospecha algo, pero creo también que siempre tememos que el/la sorprendido/a siempre sospeche algo.

Sabrina empezó a trabajar en la escuela donde trabajo a mediados de diciembre del año pasado. Si bien hacía más de un año que la conocía, recién con la convivencia del trabajo y las salidas, los espacios compartidos y el tiempo que pasamos desde entonces nos hicimos amigos. Y ahora sé que la voy a extrañar cuando ya no esté en Bariloche. Ya lo escribí, es lo peor de mi trabajo, conocer gente, relacionarnos, conocernos y verlos/as partir. Es una parte inherente a mi trabajo en la escuela, y es algo que no dejo de asociar, en cierto punto, a Bariloche.

Como tanta otra gente que hay en mi vida, Sabrina es suiza. Como tantos otros, es una suiza especial. Es desordenada, es impuntual, es caótica. Pero también es espontánea, alegre e irradia energía. Siempre tiene ganas, tiempo y ánimo para organizar algo. Siempre está alegre y (casi) nada parece afectarle. Sabrina puede ir a una cena, sentarse al lado de la única persona que no conoce y comenzar a hablarle en menos de 5 minutos. Es simpática, conversadora y puede hacerle frente a cualquier desafío social y salir victoriosa. Obviamente, al igual que otra tanta gente de Suiza, Sabrina se queja. El correo no funciona, los/as argentinos/as somos indecisos/as; organizamos nuestros planes a último momento… Pero su queja es como la nuestra, casi deportiva, no es la queja de quien toma su país como modelo de eficiencia y perfección. Pienso que es por eso que no me molestan sus quejas, ya que en algún punto son también las mías. Pero, por sobre todo, no lo hace con desdén o desprecio, se nota en su tono, en su forma de hablar. Se queja de aquello que, sabe, pronto va a extrañar.

jueves, 23 de abril de 2009

Qué lástima pero adiós ...

Bueno, al menos pienso que sirvió para distraerme un poco, ponerme en contacto con un par de personajes locales y devolverme al mundo de la escritura. Como dijera una célebre filósofa y pensadora “qué lástima pero adiós, me despido de ti y me voy”… Y así se cerró (bueno, yo cerré) mi -rápida- experiencia universitaria en el profesorado de Lengua y Literatura, al menos por ahora. Habiendo decidido definitivamente abandonar la cursada del Taller de Lectura y Escritura me despido de la feliz y breve experiencia. Lo bueno, si es breve, dos veces bueno, dicen, y tal vez sea verdad. Así que decidí dar por cerrado el capítulo apenas abierto y dedicarme de lleno a la maestría de la UNQ que curso en forma virtual y que su buen tiempo me requiere.

Decía en el post que inició la segunda vuelta del blog que me di cuenta de que no sabía muy bien en que estaba pensando cuándo me embarqué en la aventura. ¿4 materias? ¿en qué tenía mi cabeza ocupada?. Pienso que cómo buen pichón de la UBA de alguna manera necesitaba re institucionalizar mi carrera, meterme en algún espacio con “calorcito” de institución, re encauzar mi vida académica y sentirme cobijado en una universidad. De algún modo la sensación me retrotrajo al camino recorrido hace algunos años, cuando apenas recibido había decidido re-embarcarme para entrar, esta vez, en el mundillo de la sociología… tarea que abandoné para venirme tras la aventura barilochense.

“El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”, dice la frase. Cada tanto compruebo veracidad del refrán. ¿Tan grande es la necesidad de sentir que uno no tiene su vida profesional a la deriva? Nadie discute la importancia de mantenerse actualizado, pero pienso que entre los egresados de ciencias sociales con una integración “diferente” en su área de trabajo existe esta tendencia que nos lleva a seguir embarcándonos una y otra vez para ampliar nuestras áreas de conocimiento o profundizar las que tenemos, con las esperanza de que alguna institución decida cobijarnos.

No abandono la tarea con la frustración de quien no logra terminar algo sino con la tranquilidad de quien ha sabido bajarse a tiempo de algo que inexorablemente terminará por rebasarlo. Tal vez, cuando termine la maestría vuelva a intentarlo. Algo es claro; no ahora.

martes, 21 de abril de 2009

Frey, Jakob y el Rucaco. Episodio III

La bajada por el pedrero no fue ardua ni difícil, pero tenía verdaderas ganas de llegar al refugio. Avanzaba y avanzaba y el refugio parecía igual de distante. Yo seguía tomando fotos, evento extraño en mi, a medida que seguía el camino. Cada tanto algunas piedras se desprendían y hacían un ruido amplificado por todas las piedras que entraban, como consecuencia, en movimiento. Tim, que había cometido la imprudencia de ir primero me miraba para saber si yo seguía vivo o para comprobar que ningún peligro de avalancha masiva amenazara con arrastrarlo a él también.

Finalmente nuestra senda abandonó las piedras, nuestro camino se hizo más perpendicular y comenzamos a bordear el arroyo casa de piedra. En un vado poco profundo y bien surtido de piedras cruzamos y nos acercamos al refugio. Era territorio familiar. Alguna vez escribí que durante mi primer tiempo aquí cada lugar al que volvía me devolvía recuerdos de viejas (y no tanto) vacaciones… eventualmente empezaron a devolverme recuerdos de visitas que realizara desde que vivo aquí. Jacob siempre es el caso. Tanta gente, tantas caminatas. Viajes con amigos y estudiantes, paisajes de primavera, de diciembre, del verano, del otoño.

La laguna ya no estaba tan calmada pero seguía reflejando en forma alucinante los cerros, las lengas, las nubes. La laguna algo calma, un cinturón naranja salpicado por el verde de las lengas que se resistían a perder sus hijas frente a la llegada del otoño. Todo rodeado por los nudos de piedra que lo encierran. Con esa vista y armados de sándwiches (¿o zámbuches?) de jamón y queso nos dispusimos a recuperar energías. Eran las 12.30 cuando llegamos; estábamos bien de tiempo pero no nos sobrara. Tendríamos 5 horas más hasta el tambo. Si no teníamos suerte y ninguna combi funcionaba, deberíamos ir a pie a Colonia Suiza o bien hasta Bustillo. Teníamos tiempo suficiente para seguir tranquilos y para que Tim pudiera disfrutar de esta parte del camino, que era para él enteramente nueva.

Terminado nuestro almuerzo nos aprestamos a terminar la tarea que emprendiéramos el día anterior, terminar nuestra travesía. El caracol, luego el bosque, la zona de cañas con sus pequeños desniveles, la vista del valle que se abre, nada era una sorpresa. Todo estaba donde tenía que estar. Más tarde el puente colgante, lugar obligado para tomar fotos… Empecé a chequear con cierta mecanicidad mi celular. Sí, sé que es raro y a mucha gente puede costarle trabajo creer, pero sí. Un servicio necesitaba de él, tener un dejo de señal para enviar un mensaje a la gente que hace servicio de combi entre el tambo y el centro o bien entre el comienzo de la picada y Puerto Moreno. Como es de esperarse, en la medida en que más necesarios son, menos servicios tienen a prestar. No había señal.

Tarde o temprano tenía que pasar; no tenía señal suficiente para hacer una llamada pero sí para mandar un mensaje. Pero, como era de esperarse, la señal era intermitente. Era necesario seguir avanzando y perdí la señal luego de haber enviado el mensaje. Ya no caminábamos bajo el rayo del sol y nos adentrábamos nuevamente en el bosque, caminando a orillas del arroyo que entre sus vados y saltos muestra su agua de color casi turquesa. Música de los expedientes X. Respuesta en mi celular, “¿Quién sos?” era el mensaje. Intenté llamar pero con notable falta de éxito. Intenté un mensaje. Error. Nuevo intento, logro comunicarme telefónicamente en posición de contorsionista. Busque a Tim con la mirada como para compartir una sonrisa por mi situación “especial” de parabólica humana pero él había continuado el camino. Entretanto fui informado de que no iba a haber servicio de transporte ese día. El fin de la caminata no sería entonces el destino habitual.

Apuré el pasó para alcanzarlo a mi compañero de aventuras que, desde hacía unas cuántas horas estaba bastante silencioso. “No problemo”, respondió cuando le expliqué la situación. Sabía que su respuesta era sincera. Para ese entonces él ya me había agradecido en más ocasiones que las que puedo recordar el haberlo llevado conmigo. Así que continuamos la marcha. Paramos en el tambo, vimos algunos autos estacionados entre los álamos amarillos que se movían con el viento que comenzaba a soplar y seguimos viaje.

Nos lanzamos a la tarea de obtener transporte mientras avanzábamos. Por supuesto que nuestros únicos recursos eran nuestros dedos pulgares extendidos. ¡No! ¡No estábamos imitando al (alicaído) Piñón Fijo! Hicimos dedo… Y funcionó, porque al cabo de un par de kilómetros fuimos levantados y dejados minutos después en la parada del 50/51 del Santuario de Virgen de las Nieves. En media hora nuestra perspectiva cambió por completo ya que nuestro panorama nos llevó del arroyo Casa de Piedra hasta la puerta de la casita que finalmente nos recibía luego de dos largos días.
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viernes, 17 de abril de 2009

Frey, Jakob y el Rucaco. Episodio II

Nos adentramos en el bosque y pasamos las primeras lengas, pero aún seguíamos avanzando por el lecho seco de un arroyo que ya no llevaba agua. A medida que continuábamos la marcha descendíamos y penetrábamos en el valle. Las lengas poco a poco se hacían más altas y el suelo se volvía menos pedregoso. Estábamos cerca, lo sabía. Pero, por ser otoño era diferente de lo que recordaba. En mi memoria era de un verde claro salpicado por el color intenso y brillante de las lengas. Ahora era el valle era amarillento y opaco, las lengas ofrecían una enorme variedad de tonos otoñales, la luz se filtraba por entre las hojas pardas y cada tanto un rayo iluminaba un suelo tapizado de hojas secas.

Continuamos por unos minutos y volví a encontrar algo que siempre recuerdo. No sé el nombre, no se me ocurre ninguna forma de definirlo más que como “el límite del bosque”, el lugar en el que el bosque abruptamente termina y empieza la pradera. Es increíble como se pasa sin pausas, sin transiciones, de un espacio al otro. Caminamos un poco y nos salimos del techo de árboles que nos había dado sombra. Nos paramos bajo el sol y respiré el aire que se había entibiado por el sol cálido de un día otoñal sin nubes. Continuamos avanzando unos minutos bajo el sol para volver a adentrarnos en el bosque. Seguimos por nuestra senda hasta dar con la zona de acampe. El escenario era un poco diferente, pero aún estaba allí, igual pero diferente, como si sólo unos pocos meses hubieran pasado desde que estuviera allí por primera vez.

Tiramos las mochilas e hicimos un poco de reconocimiento del lugar. Pude usar tanto mi carpa surrealista (Y hasta pudimos armarla bien de entrada) como el calentador. Dejamos la carpa armada y, aprovechando la luz que ofrecía el sol que empezaba a declinar, abandonamos el bosque para merendar en la pradera. Mate, sol del atardecer, merienda… Sé que habría sido perfecto si hubieran estado allí mis compañeritos/as de viaje. De algún modo estaban allí, pero no es lo mismo. Hoy pensé bastante en eso. Sabía que no era posible. También sé que nuestras decisiones tienen consecuencias, y conozco cuales son las de mis decisiones.

Pero en ese momento no me dediqué a analizarlo al extremo. Sé que a veces intelectualizo demasiado las cosas. Pero en ese momento sólo me dediqué a disfrutar del escenario que se proyectaba delante de mis ojos.

Las sombras se extendían y la temperatura empezaba a bajar. Fuimos a cocinar. Casi entro en pánico cuando descubrí que había olvidado los fósforos. Me tranquilizó saber que no éramos los únicos en el valle. Otra tres personas habían acampado a unos 20 metros de nosotros, pero casi no los veíamos porque su carpa estaba del otro lado del arroyo y los árboles nos protegían. Mientras armaba el calentador recordé (o se me hizo presente) que el calentador tenía encendedor. Bueno, no tendríamos que ir a pedir fuego (tampoco era una tragedia) ni intentar frotar palos o piedras para obtener una llama. Súbitamente recordé a Pablo hablandome del encendedor incorporado y de que, eventualmente, algún día dejaría de funcionar. A alegré al ver que ese día aún no había llegado.

Cenamos en silencio, hablamos un poco y fuimos a ver como la luna (casi) llena se levantaba desde atrás del Cerro Catedral. Al principio no la veíamos, tan solo un resplandor que iluminaba algunas de las paredes del valle, y que sumía a otras en las penumbras. Poco a poco, la luz le fue ganando a la sombra y quedamos iluminados por el brillo de una luna entera y blanca. Con esta imagen nos fuimos a dormir, cansados pero satisfechos. La mañana siguiente debía comenzar temprano y así lo hizo. A las 9 de la mañana ya habíamos desayunado, desarmado la carpa y guardado todo. Tomamos un par de fotos y salimos.

La primera parte de la caminata transcurrió tranquila, oscilando entre el bosque y algunos claros. En algunos encontramos los restos de la helada de la noche anterior. Seguimos avanzando hacia el oeste, ganando altura y dejando atrás el bosque. Las lengas se achaparraban a medida que avanzábamos, y también eran cada vez menos frecuentes. Las marcas rojas seguían guiando nuestro ascenso y alejándonos del valle. Con frecuencia miraba hacia atrás para volver a verlo al calor del sol del día que comenzaba. La imagen cambiaba cada vez no sólo porque cambiaba la intensidad y posición del sol. También nuestra altura era mayor, y la vista ganaba en perspectiva a costa de los detalles que se perdían.

Finalmente llegamos a un llano de piedras desde donde se veía el largo pedrero de debíamos ascender. Tomamos agua, descansamos antes de empezar el último gran ascenso, y empezamos. Serían cerca de las 10 de la mañana cuando empezamos a subir por entre las piedras y lajas. El sol ya brillaba en lo alto y comenzábamos a sentirlo a nuestras espaldas. Nuestro camino continuaba trepando en el zigzag marcado por las manchas rojas que marcaban la senda. También recordaba que había habido nieve aquí, pero nada quedaba ahora de ella. A cada instante parecía que estábamos a punto de alcanzar nuestro objetivo inmediato, el paso a Jakob. Y sin embargo, cada vez que parecíamos estar llegando descubríamos que la perspectiva nos jugaba una broma.

Pero finalmente vimos a lo lejos en el oeste la cordillera que se extendía, ancha y larga frente a nosotros. Y hacia abajo cerca, muy cerca, la laguna Jakob. El agua, como un espejo, reflejaba el cielo y las montañas circundantes. Y entre las lengas de colores estaba él, el refugio San Martín, más conocido por todos (nosotros/as) como “el Jakob”. Si hubiera sido un águila hubiera llegado en 10 o 15 minutos. Mi camino era un poco más largo y requeriría más tiempo, así que descansamos y nos preparamos para continuar...

Frey, Jakob y el Rucaco. Episodio II (Fotos)



jueves, 16 de abril de 2009

Frey, Jakob y el Rucaco. Episodio I

Miguel se fue el jueves mismo con rumbo a El Bolsón. Angie se fue esa misma mañana algunas horas antes que yo. Yo debía salir con Tim, un estudiante alemán que vive en casa, a las 8. Un poco más tarde, a las 8.15 tenía que pasar nuestro colectivo. Tenía que pasar y, como era de esperarse, no pasó a la hora indicada. No habría de pasar hasta media hora después. El colectivo esteba casi lleno, y entre los pasajeros estaban Erin y Graeme, una pareja de Inglaterra que habían sido mis estudiantes durante la semana que acababa de terminar. Su plan original, imagino, debe haber sido pasar un día haciendo una caminata más o menos tranquila yendo al refugio. Mucho temo haber arruinado su plan, ya que el nuestro era empezar a caminar a las nueve con la idea de llegar al refugio antes de la una de la tarde. Por esas razones que uno nunca termina de entender, no se quejaron ni plantearon sugerencia alguna de ir más lento. Los cuatro, Tim, la pareja de Inglaterra y yo subimos a Frey en buen tiempo, permitiéndonos incluso algunas pausas. Disfrutamos de las ventajas que ofrecía el otoño; un sol cálido pero no abrasante, ausencia de tábanos y avispas y una variedad de colores en las lengas que acompañan buena parte de la senda. El camino hasta el refugio no me era desconocido. Ya no sé cuántas, pero lo hice bastantes veces. Pero después… después era otra historia.


Lo que planeábamos hacer después de llegar al Frey – y luego de haber almorzado, claro está – era continuar con rumbo al valle del Rucaco, un arroyo pequeño que serpentea tranquilo por una pradera encerrada entre las montañanas. La última – y única – vez que había hecho la travesía se remonta a cinco (¿o seis?) años atrás. Mis compañeros de ese entonces (Chili, Sissi y Pancho) y yo habíamos comenzado allí las aventuras que quedaron recogidas en un -entonces- célebre diario de viaje, uno de los que más disfruté escribir.

Ahora, tantos años después me encuentro ante una tarea similar, y al mismo tiempo, diferente. Con todas estas expectativas y los recuerdos de aquella travesía en mi mente partimos con rumbo al valle.

Ya en el refugio, la primera etapa era simple, al menos en los papeles. A la izquierda del refugio comenzaba una senda casi escondida entre las lengas achaparradas teñidas de ocre, siempre bordeando la laguna Toncek por la derecha. La senda casi se pierde entre las piedras y, guiados más por el instinto y el sentido común antes que por las marcas llegamos a un pedrero por donde el camino comienza a subir piedra a piedra hasta llegar a la meseta donde se encuentra la laguna Schmoll. A pesar de que en mi recuerdo se encontraba rodeada de nieve y tenía hielo flotando en su superficie, ahora se nos presentaba en un escenario semi desértico, rodeada de piedras y reflejando el azul intenso del cielo.

Paramos a descansar. Mi compañero de caminata y yo aprovechamos para tomar un poco de agua y comer algo. Cargamos nuestras botellas con el agua de la laguna. Una marca roja sobre una piedra ubicada a nuestra izquierda nos mostraba por donde continuaba nuestro camino. La parte que seguía daba un aspecto en todo diferente a lo que había experimentado cuando realizara la travesía por primera vez. El viento soplaba y en lugar de llegar fresco como cuando avanzamos resbalando sobre la nieve ahora llegaba más caliente. De la nieve no quedaban casi vestigios, tan solo piedras y más piedras. La tarea se presentaba monótona pero distaba de ser imposible.

Luego de unos pocos metros por la playa emprendimos el nuevo ascenso. Trepamos, volviéndonos de tanto en tanto para admirar las lagunas Schmoll y Toncek, que iban quedando atrás, a nuestras espaldas. Finalmente nuestro camino dejó de ascender y llegamos a un espacio desértico, encajonado, cerrado por paredes de piedas que impedían cualquier tipo de visión panorámica, hasta que, luego de dos minutos de caminar la vimos… Las paredes se abrieron y la cordillera se mostró. Primero las montañas más alejadas, de entre ellas, pintado de blanco por sus glaciares, el Tronador. Más cerca pudimos reconocer el valle del Rucaco que se extendía a nuestra izquierda, debajo de las montañas… y en medio, el arroyo con sus curvas y meandros, serpenteando en la pradera, las paredes del valle tapizadas de lengas verdes, amarillas, anaranjadas, rojas y marrones. Y en el centro del valle, rodeados de pastizales amarillos, el dibujo que hacían las lengas achaparradas de todos colores. Nos detuvimos, miramos y nos miramos. La escena resultaba casi increíble, pero era tan real como nosotros. Hicimos otra pausa.

Por primera vez me di cuenta de que sacaba fotos en forma casi sistemática, sin quedar nunca satisfecho, porque la parcialidad de las fotos no alcanzaba a hacer justicia a la escena que tenía ante mis ojos. Entonces fue cuando pensamos que aún nos quedaba poco más de una hora de caminata frente a nosotros. Serían pasadas las tres y media cuando comenzamos el descenso por el pedrero. Esa parte del camino guardaba bastante similitud con lo que recordaba; piedras sueltas, lajas y tierra por doquier. Piedras sueltas que bajaban acompañándonos y Tim que me miraba con cara de interrogarse acerca de cómo hacía yo para estar vivo a pesar de mi estilo poco ortodoxo. Él bajaba a ritmo regular, ayudado por sus bastones de trekking, prolijo y sistemático. Yo, en cambio, lo hacía en medio de una nube de polvo y rodeado de una avalancha de piedras de diversos tamaños. Mi estilo de surfista de la avalancha contrastaba con el suyo. Media hora más tarde entrábamos en el bosque de lengas.