martes, 24 de julio de 2007

Temporada de visitas

Habíamos cenado en casa, y después fuimos Lara, André, Belu, Denise y yo a tomar algo a algún lugar. En South Bar nos encontramos con Matías, y junto a él una superpoblación de turistas, residentes y otras yerbas, y sobre todos/as ellos/as una espesa nube de humo que, como si fuera smog, rondaba los techos del lugar. Huimos. Nos dirigimos con rumbo a Antares, donde disfrutamos de las cervezas artesanales, e incluso algún que otro café. Por eso no nos despertamos temprano el día siguiente, aunque entre las 10.30 y las 11 ya estábamos despiertos, preparados para nuestro "brunch". (Dícese de esa comida que combina un breakfast y un lunch, y que por su horario y extensión tanto en tiempo como en variedad de alimentos puede reempleazar a ambos). Después comenzó la misión; dejar impecable la casa para recibir las visitas que se acercaban procedentes de la gran ciudad.

Limpieza de baños, orden en el estudio, un milagro en la pieza de arriba, barrer aquí y allá. Finalmente la tarea estaba terminada; los pisos limpios, los estantes ordenados, los baños impecables, los almohadones en su lugar. Mientras terminábamos de prender un sahumerio André nos miraba extrañado. "¿Viene el presidente?", preguntó. No era la primera vez que hacía la pregunta. De hecho, lo hace en cada ocasión en que viene alguien a quedarse con nosotros, o a cenar y tratamos que, al menos, los espacios comunes estén lo mejor posible. Es interesante, porque la sensación de que cada vez que alguien viene la casa debe estar lo mejor posible es algo que lejos de extinguirse aún nos sigue motivando para encarar la limpieza cotidiana. Y la verdad es que no lo vivimos como un trastorno.

Finalmente llegaron los chicos. Y con ellos arrancó la temporada de visitas invierno 2007. La casa pronto fue sacudida por torbellino de actividad: recorrer la casa, para quienes no la conocían, encontrar los cambios y mejoras para quienes ya habían venido... Luego mate, charla, ponerse (y ponerlos/as) al corriente de las novedades de aquí y de allá. También compartir como siempre esa extraña sensación de no ver a alguien en mucho tiempo, y sentir que hay tantas cosas que pasaron y que cambiaron y que, al mismo tiempo, son tantas otras las que siguen siendo iguales.

martes, 17 de julio de 2007

La nieve se va, pero llegan las fotos

Sí, se nota que hoy tengo un poco mas de tiempo, ¿no?. Puedo ocuparme de algunos mails, y cargar cosillas en el blog. En los pasados 15 días tuvimos un grupo de 17 estudiantes de una universidad de Colorado (en Yanquilandia). Durante esos días la escuela osciló entre los 23 y 27 estudiantes y el descanso escaseó.

Tal como lo informara el título de la foto, están desapareciendo los últimos resquicios de nieve de la ciudad, sólo manchas aquí y allá, pero en ésta hora en la que vivimos nuestra pre primavera es cuando decidí cargar algunas de las fotos de la nieve... Es que, cómo el búho de Minerva, yo también vuelo al atardecer.

Ficción y realidad

Tal como había adelantado en los últimos mensajes, estoy en proceso de reencontrarme con la escritura... Obviamente soy un desastre, pero me sirvió, en más de una ocasión, no sólo como un hobby divertido sino como una buena catarsis. A continuación se encuentra uno de mis primeras criaturas, surgida de la experiencia de ése mismo día, que pasó hace ya casi tres semanas. Por algún tiempo el episodio me dejó un tanto traumado, aunque ahora ya lo hemos superado bastante...

Él se sentó en su escritorio, revisó sus correos, no había noticias importantes, tampoco pedidos. “Perfecto”, pensó él, y se dispuso a empezar con sus tareas.
La tranquilidad duró poco, ella lo llamó y le pidió que mirara la comunicación que mantenía con uno de los jefes. “Tenemos que revisar los contratos”, decía el mensaje, y añadía “la vamos a tomar por 15 días y nada mas”… él sintió indignación y mientras miraba a la directora pensando en que deberían responder otro mensaje apareció. “En realidad no es necesaria. Re hagan el cronograma de trabajo sin ella”. Ella se quedó congelada, él no supo que hacer. “¿Cómo podía ser?”, pensó él mientras sentía que la desesperación comenzaba a ganarlo, aunque pensó que algo aún podría hacerse, rever la medida, hacer algo, intentarlo… podía, debía hacerlo.


Unos instantes pasaron (no hace falta decir que parecieron una breve eternidad), “Pero si ya le dijimos que viniera a trabajar”, le dijo a su jefa. “Éste tipo está loco”, dijo ella mientras ambos miraban atónitos la pantalla. Ambos explicaron que Ángela ya había renunciado a sus trabajos (Argentina, año 2007, era evidente que uno sólo no bastaba), que los plazos estaban vencidos, que ella viajaba al día siguiente desde su ciudad natal para instalarse allí, que ya estaba todo preparado.


“No es necesaria”, repuso el dueño, “podemos hacerlo sin ella…”, y al momento explicó que él no estaba al tanto y que no entendía porqué habrían de contratarla. Pero sí lo sabía, aunque hizo falta repetir sus palabras de hacía un mes y luego dos semanas, cuando consultó si eran necesarias nuevas entrevistas o si la chica estaba confirmada. Reconoció que lo sabía, pero con los problemas que tenían en Buenos Aires debía haberlo olvidado, que allá la situación era bastante más compleja, que tenía varios despidos más por disponer.


Los mensajes iban y venían por la fría rapidez de la comunicación digital que acorta las distancias pero deja a los interlocutores sin poder ver la expresión y el tono de voz del otro. En el planteo del jefe todo parecía muy obvio; problemas mas importantes en la sede mas importante, reducción de clientes, había personal innecesario, la reducción era la obvia salida, la salida para salvar el ejercicio.


Mientras tanto, detrás del escritorio, sus dos interlocutores se miraban y no podían creer lo que leían en el monitor de la computadora. “éste tipo no se da cuenta que ella ya renunció, que viene en dos días… no puede hacer esto”. “Puede”, le respondió ella, él era el dueño y podía hacerlo. Intermitente ambos se sentían impotentes y derrotados, pero al cabo de unos segundos volvían a contraatacar. Él la imaginaba firmando sus telegramas de renuncia, empacando, despidiéndose y se sentía sobrepasado. Ambos explicaron que ella era necesaria, que la necesitaban, que era necesario tener un resguardo, y que, en todo caso, que si era tan evidente que no hacía falta, hacía un mes era igual de innecesaria. “Puede ser, pero la situación es otra”, decía el mensaje, y la tranquilidad con que las palabras aparecían intranquilizaban más de lo que podía creer. Le explicaron las razones una a una otra vez, detallaron la situación de Ángela, ella ya había renunciado, en un día llegaría a la ciudad, en tres días comenzaría a trabajar.


“No, no se puede”, leyó ella. Explicó que era un bajón, una falta de respeto, una irresponsabilidad, un mal manejo. Le escribí un mensaje en el celular, le conté a Ángela que estaba pasando, que nos diera algunos minutos para que el dueño entrara en razón. Ella respondió al instante diciendo que no podía creerlo, que el tipo era un hijo de puta, que …


Yo estaba de acuerdo, pero a él parecían no importarle nuestras razones. “Tendré que llamarla a Angie y explicarle que …”, pero la interrumpí para decirle que no podía ser, y decimos reemprender nuestro frente de campaña. Para nuestro asombro las respuestas del dueño pronto dejaron de justificar lo que había decidido y comenzaron a objetar los frutos de nuestro trabajo, a sugerir que ciertas decisiones tomadas no tenían sentido, a que las asignaciones del personal no se condecían con los principios de la empresa. Ninguna de sus objeciones tenía un fundamento ligeramente sólido, e incluso algunas se debían a propias confusiones. “Si todo se pone difícil acusás a los demás”, recordé las líneas de una película que había visto unas horas antes. Todo se había puesto difícil, así que él había acusado a los demás, o sino era así, no lo parecía en lo mas mínimo.


El teléfono sonó, mi jefa atendió la llamada; tuvimos una pequeña tregua. Aproveché para contarle a Ángela cómo iba la negociación. Creo que él fue el primero en violar la tregua, porque mientras mi jefa hablaba por teléfono continuaban apareciendo mensajes; en Buenos Aires despedirían 10 personas, era una lástima, pero problemas mas serios ocupaban su mente, no podía preocuparse por esta situación, y más preguntas acerca de nuestras asignaciones para la próxima semana. Cuando mi jefa se reincorporó a la batalla sus órdenes fueron claras, debía rearmar el cronograma, creo haber dicho un “pero …”, aunque su mirada me respondió antes. Mientras yo volvía a asignar a mis compañeros ella continuaba su charla cibernética. Entretanto yo aprovechaba para espiar lo que decían los mensajes.


Mi imaginación proyectaba momentos que habían pasado o bien, deberían pasar: Angie en sus fiestas de despedida, armando sus valijas, nosotros recibiéndola, yo explicándole la situación. Las imágenes fueron cortadas por el teclear incesante y cada vez más violento de Eleonora. “La puta madre, que Jota hable con ella, ya que él se comprometió…” Pero no hubo respuesta, Brian tampoco hablaría con ella. Ya no recuerdo cuantas veces lo dijimos, o lo dijo uno de los dos, o los dos al mismo tiempo, tampoco importa, pero fue un desfile de insultos. Entre tanto desde Buenos Aires nos llegaban noticias, “Ingrid ya no está con nosotros”, dijo Jota, como si se tratara de la necesidad de buscar el mas grande eufemismo para decir que había sido despedida. Otras personas a las que apenas conocía habían sido despedidas, otras, sin nombre, sólo denominadas a través de sus cargos completaban la lista.


Salimos a fumar. Yo no fumaba, pero sin embargo salía a fumar armado de mate y termo. “El pibe no tiene idea de cómo dirigir una empresa” dijo Leo. Ya no recuerdo las palabras que siguieron pero intentó calmarme, yo no debía sentirme mal, ni mucho menos culpable, ya que no era responsable. Sin embargo el pensamiento no parecía ayudarme a buscar una solución al problema. Ángela había renunciado a sus trabajos, había empacado sus cosas, y también sus ilusiones, ella vendría a vivir a casa, compartiríamos los mates y las cenas, las charlas y los fines de semana. Mientras tanto, en Buenos Aires, en 5 minutos alguien decidió que la chica no era necesaria.


“Para él –intentaba explicarme Leo- ella no es Ángela, ella es un número, una bolsa de dinero que cuesta plata, y si ese dinero es negativo, se descarta”. Y agregó “Él no piensa en ella, no piensa en Ángela, Angie, que viene acá, trabaja, se caga de risa, es nuestra amiga y todo eso… no, ahí él ve un número”. Yo podía entender que para los dueños de la empresa todos seamos números, o bolsas de dinero, ecuaciones que tienen un costo y una ganancia y que deben asegurar, para su supervivencia que el resultado de la ganancia menos el costo diera positivo. Pero si eso era así, ellos deberían haberlo sabido antes, y hace un mes el comentario no debería haber sido “si estábamos seguros que la chica iba a poder”.


Brian, uno de los dueños, no iba a hablar con ella, no iba a considerar nada más. Volví a sentirme terriblemente agotado. Junté coraje y encaré lo inevitable; hablé con Ángela, le expliqué con detalles lo ocurrido. No es necesario aclarar su reacción, como tampoco hace falta explicar que ella estaba más indignada que yo, y aunque ambos compartiéramos el ultraje, en última instancia, era ella la perjudicada.
Entonces yo comprendí, comprendí que no quería trabajar más en ese lugar, comprendí que tan pronto terminara mi comunicación telefónica con Angie buscaría trabajo en los clasificados.

jueves, 12 de julio de 2007

Nieve, injusticia y apagón

Le pregunté a mi mamá cómo estaba mi abuelo, pero ninguna respuesta apareció en el chat que mantenía con ella, mi papá y mi hermano. La pantalla seguía inmutable cuando repuse al silencio del chat (sic) una nueva pregunta "¿Cómo están Tizi y Emma?". Ninguna respuesta tampoco. ¿Sería una breve desconexión de internet? Falla técnica, atraso en la comunicación, traté de pensar con la tranquilidad que me dan las explicaciones racionales.

Perdón, salí a ver los copos de agua nieve que estaban cayendo", llegó la respuesta mas tarde. De allí en adelante la nieve ocupó un espacio central en las conversaciones y mensajes del día, e incluso el día siguiente... Después de casi un siglo sin nieve en Buenos Aires, después de tantos inviernos en los que fui acusado de loco por esperar que nevara, después de tantas navidades con Lara deseando en la radio que nevara, finalmente el evento se produjo ¡Pero con nosotros acá! Injusticia, un evento que va a quedar para la historia, una nevada en medio del calentamiento global, un único día de un mes excepcionalmente frío, algo para comentar a hijos y nietos... "yo vi cuando nevó por última vez en Buenos Aires" antes de que la ciudad se tropicalizara por completo... yo, nosotros acá. Espero que quienes pudieron disfrutarlo se hayan divertido.

Como la nieve en Buenos Aires y los -10 a -22 grados de temperatura por estos lares trajeron complicaciones extras, éstas se tradujeron en la falta de gas en Buenos Aires y un corto total de energía en Bariloche que se extendió por al menos tres horas. Nosotros no recuperamos la energía eléctrica hasta 6 u 8 horas mas tarde. Para ese entonces ya habíamos dispuesto los lácteos en el recibidor de casa, y allí quedaron hasta que volvimos de la escuela algunas horas mas tarde. Sí, unas horas mas tarde, cómo no había electricidad en la escuela (Que se traduce en no tener luz, ni calefacción ni nada caliente para tomar) volvimos a nuestro hogar, aliviados por un día tranquilo de trabajo. En realidad sólo nos cobijamos en el calor de la casita para escapar de la sobrepoblada escuela cuyos problemas deberíamos encarar el día siguiente. De todos modos el feriado nos vino perfecto.

lunes, 9 de julio de 2007

Fresco para chomba

Pobre Blog, tanto tiempo abandonado por mi, librado a su buena suerte... Bueno, primero lo primero; desde hace dos días estamos con temperaturas de 10 grados bajo cero y una térmica de -16 que anoche llegó -20. Evidentemente todo congelado recongelado, como diría María Garibaldi. No sólo las estalactitas que penden del techo, el hielo inconmovible, la calle que es como un tobogán glacial... esta mañana el vapor y la humedad condensados contra los vidrios de las ventanas se habían cristalizado. Estaba fresco, y no sólo para chomba sino para casi la mitad de mi vestuario. Afortunadamente, por alguna razón que aún desconozco con certeza y que asocio indefectiblemente a la (no)humedad, no se siente tanto el frío, aunque uno cae en la cuenta cuando observa estos detalles que nos hacen recordar que aunque no lo sintamos, está ahí.
Es casi una vida peronista, "de casa al trabajo y del trabajo a casa", y es que con la fresca uno trata de estar lo mínimo indispensable fuera de nuestro islote templado. Como tengo bastante tiempo también comencé a escribir un poco mas, en general episidios cotidianos, y algunos cuentos muy simples, que en algún momento iré subiendo al blog.